1/07/2005

Impetuoso, como siempre, arribo a tan pulcra ciudad. Respiro, jalo aire y mis henchidos pulmones arrojan, misteriosamente, a mi asma, arbitraria, hacia el pavimento. Bajo del autobús, busco mis maletas atiborradas de melancolía y ropa limpia. Un extraño señor, bajo y aturdido, me toma del hombro, sonríe amablemente y reprocha mis ronquidos que a lo largo de todo el trayecto, nocturno por cierto, no lo han dejado dormir ni un ápice, ni un instante. Respondo que no se angustie por tales cosas, que mejor imagine la suerte que tenemos de llagar a salvo y en paz. Él, después de un apacible bostezo, contiene su hilaridad y exclama lo imbécil de mi comportamiento. No hago caso. Tomo mi equipaje y pienso en tomar un taxi, por si acaso, autorizado. Y dentro de él, reflexiono: será un buen año.

No hay comentarios.: