7/18/2006

Abrumado por la neblina postelectoral, caminaba por la calle insurgentes en busca de nada, y, de la nada precisamente, vi un cartel del grupo musical Rebelde anunciando unas pulseras, cada una identificada con un valor, según ellos, para la juventud: honestidad, tolerancia, etcétera, puros comportamientos pasivos y ecuánimes; entonces, del cielo me cayó un veinte: clin, clin, clin. En el colmo de la neurosis le dije a mi acompañante: el fraude ha sido mediático, ha sido premeditado, se le ha inculcado, desde el preescolar, a nuestra sociedad a través de la televisión y sus anexos. ¿Cómo?, dijo. No todo está dicho en el plano elecotral, dije, sin embargo, la ventaja o la trampa o, mejor dicho, el juego sucio ha estado desde antes, como una larva de miedo en nuestro cerebro, incubada, alimentada, preparada para convertirse en el insecto chupaconciencias en el momento exacto. Es decir, todo es un plan para llevar al poder a quien "quién sabe quién" decide, a través de los medios, así, cuando la cuerda está por reventar, se simula la necesidad de un cambio, se promueve ese valor y cada actitud que lo ejemplifica y después se ofrece un nuevo producto en el mercado: el PAN, Fox; y cuando, para no dar rodeos, quieren que Felipe sea el sucesor, es decir la continuidad; pues, es fácil intuirlo, se promueve la estabilidad, la sensatez, la prudencia, al grado superlativo de empalmar la estabilidad al adjetivo rebelde, carajo, que encabronado me puse esa tarde lluviosa. Esa tarde lluviosa volví a mi casa furioso, imaginando a todo ese rebaño de nuevos electores, votando para que sus padres conserven su empleo y su madre sus telenovelas. Jamás podría insultar a alguien, pero entonces siento que mi conducta, quizá, también está programada, y entonces insulto: qué pinche generación de mierda; (en el taza se dijo: el fraude está en tu casa), cuánta razón, si se entiende como fraude no sólo el momento de las elecciones, sino la apatía cotidiana; pues además, la mierda está entre tus amigos, entre la gente que estimas, que toleras. No tolero a mi generación alienada, ni a mi clase inmersa en espejismos aspiracionales y atada a promesas de estabilidad. (De pronto comprendo algo que escribí hace un año, un cuento llamado Vuelta a la Derecha que por fortuna está publicado, o sea que hay constancia de su existencia; lo recuerdo y parece una premonición de este momento y entonces pienso que las ideas son premonitorias, están basadas en una intuición que con el tiempo descubrirás, por eso es importante escribir lo que se piensa, no por el momento, sino por el impacto al releerlo). El establishment nos tiene atrapados. La clase media no quiere alteraciones en la economía porque aunque no son ricos, están amarrados a créditos que sirven de simulacro, de maquillaje; votaron por el PAN, porque aborrecen su realidad, nada les pertenece y el modelo actual, al menos, les permite oprimir a quienes ni siquiera aspiran a ese maquillaje. Otros votaron por el PRD pero no quieren que éstos se alteren, porque están atados y prefieren esperar seis años callados, viendo de lejos y tratando de sacar ventajas de donde las haya. Pertenezco a un ejército pusilánime, miedoso a la movilización, estático, prudente, aferrado a lo poco que posee, que finge ceguera respecto a los otros, aturdido por las ventajas de lo urbano e indiferente al escupitajo, ese escupitajo que es la verdad. Primero los pobres dice alguien, pensamos que se dirige a otros y volteamos enojados, como si nuestros arapos fueran eternos, o peor aún: nuestros. No aspiramos a una vida digna, aspiramos al American Way of Life con chile picoso. Qué encabronado me dejó esa tarde lluviosa. Casi sin ánimo contemplé la final del mundial de futbol. (Precisamente el único deporte popular no impuesto por los gringos). Pinche mundial, pensaba, pinche control de los medios. Estaba a punto de apagar el televisor cuando Zidane le propina un cabezazo a un italiano prototipo de chico malo, pero decente porque es guapo. La adrenalina me recorrió el cuerpo encabronado. Zidane habla por mí, pensé, por varios. ¿Qué inesperado, verdad, eh, medios? Zidane, quizá sin pensarlo, desencantó todo ese teatrito que sirve de instrumento y caja registradora a los medios. Ese teatro en donde los actores principales salen cansados a escena; cansados de tanto comercial que han grabado; comerciales, mensajes que se nos implantan, como aquella larva, en el cerebro. Qué encabronado me dejó esa tarde lluviosa. Por eso ahora es grande Zidane, porque se ha desmarcado; y en este momento se me ocurre parafrasear a Bolaño, ese gran admirador de los antihéroes: al hacerlo (en este caso Zidane), manda un mensaje hacia sus compañeros y, sobre todo, hacia el público, de que su juego es otro, de que la idea de victoria, del éxito y del triunfo que imponen los mass media, a través del futbol, no la comparte. Estas últimas palabras más bien se me ocurrieron ahorita. En fin, Zidane en su sarcasmo involuntario, quizá, sorprende al mundo que esperaba con ansias encumbrarlo, que esperaba un golazo o un pase magistral para ponerlo de ejemplo a los niños que, ya sabemos, serán preparados para legitimar cualquier cosa, hasta elecciones; al menos él tiene los huevos, me digo, de defender a su madre, o a su hermana, o a su tía, o a quien chingados haya insultado Materazzi, digno ejemplo ilustrativo de otra característica nuestra: ofendemos, chingamos, y nos hacemos pendejos. Así es el futbol, se ha dicho en los medios, y entonces pienso: a huevo, Zidane se burla, repito, quizá sin intención, y se deslinda del establishment futbolero, y para colmo antes ya había declarado su hartazgo por ese deporte. No significa que saldré a dar de cabezazos a cuanto alienado, estupidizado me encuentre pero, supongo, en el terreno del futbol, despedirse con un golpe equivale a resistir a lo establecido, a lo aprobado, gane quien gane, resistir a los embates de esta cancha atiborrada de comerciales, de mensajes huecos, de vendas para el distinto, de burbujas rosa, de, carajo, qué encabronado me dejó esa tarde. Ya la lluvia no me empapa de la misma forma.

7/13/2006

A conciliar a mis huevos, responde mi hermano al televisor. Vino el fin de semana pasado y fuimos a la asamblea en el zócalo, realmente, más que en apoyo al peje, como seña de nuestra inconformidad. El lunes anterior, después de las elecciones, despertamos estupefactos ante la aparente realidad: Felipe Calderón había ganado en el PREP. Carajo, dijimos, pensamos, gritamos, respiramos. Esto no puede ser, chingaos, algo anda mal, ¿por que se llenan nuestras cabezas de sospechas?, dijo él con su acostumbrada intensidad. Momentos después, estábamos muy entusiasmados con las averías, es decir, correos electrónicos de gente indignada con las cifras del PREP respecto a las de la sábana de su casilla, conjeturas sobre algoritmos premeditados, chuecos, sucios, a huevo dijimos, diseñados por el Hildebrando para beneficiar a su cuñado, a huevo. Pensamos, con tranquilidad, que los conteos distritales pondrían las cosas en su lugar; qué pasará, pensamos, quien tendrá que dar la cara tras el evidente mugrero. Esa tarde tomé un café con Estrella; ¿qué hacemos?, me preguntó. ¿Qué hacemos?, dije, supongo que esperar al conteo distrital, es obvio que existen dos posibilidades: AMLO ganó y entonces hay trampa, AMLO perdió y entonces habrá frustración popular, pero sólo en el sur, créeme, sólo en el sur. Si tan sólo 250 mil peronas hubieran votado por Andrés, dijo Estrella, si hubiéramos convencido a unos cuantos más. Momento, dije, ese no es mi trabajo, yo no tengo que asumir los errores de sus operadores electorales, ¿cómo quiere ganar alguien la presidencia, si, por ejemplo, en Jalisco, sólo el 9 por ciento lo acepta? Entonces Estrella puso un rostro que jamás había visto: un rostro de decepción, de incredulidad, de decepción. Cómo, me dijo, creo que por gente como tú hemos perdido la elección. No supe qué decir. Eres igual a los pendejos de los medios que creen saberlo todo, dijo ella, primero ven cómo madrean a Andrés Manuel y no dicen nada, no lo defienden argumentando que no son su equipo de campaña, y luego siempre sí estuvieron con él pero nunca lo defendieron públicamente, ¿por qué?, por tibios, por una supuesta objetividad de hueva, tibios como tú le han otorgado fuerza a la campaña del miedo. Quedé callado, pero era cierto, si siempre supe que no iba a votar por el PAN, ¿por qué no defender al peje desde un inicio? Los errores fueron de su equipo de asesores, pero hubimos muchos ya decididos que pudimos atenuar el miedo de los indecisos, ¿por qué no lo hicimos? Después de esas balas me sentí diferente y dije: no lo defendí porque nunca tuve los fundamentos suficientes, lo siento, nunca me convenció, al menos ahí está algo que modificar: si estás convencido de una propuesta, fundaméntala para defenderla y no sentir ninguna responsabilidad cuando ésta pierda. Regresé al DF. Comenzó el conteo distrital. A larga distancia permanecí en comunicación con mi hermano. Ya viste lo de los tres millones de votos, dijo, a huevo. De pronto, cuando Andrés Manuel iba muy arriba en el conteo, mi hermano comenzó a sospechar. Momento, dijo por mensaje de texto, a mí se me hace que nos están dando un paliativo, carajo, me caga que jueguen con mi inteligencia, sentenció; yo respondí: ¿cómo?, ¿piensas que será el mismo resultado del PREP? La jugada fue por otra parte, pensamos. Fue antes. Si se empeñan en contar los votos, dijo él, va a ganar quien ya apuntó más votos, de la manera que haya sido, en las actas. Y así fue. Esa fue una madrugada particular. Una agonía compartida. Llevo meses arrastrando una tristeza inexplicable y ese jueves en la mañana se acentuó, algo estaba mal, no supimos cómo desapareció el billete que traímos en la mano, no lo habíamos guardado y, en todo caso, nuestros bolsillos, los revisamos, no tenían ningún agujero, ¿cómo se nos perdió? Los medios se encargaron de aventárnoslo a la cara. Algunos supuestos comunicadores no aguantaban el orgasmo al tiempo que anunciaban los resultados. Carajo, pensamos, esto huele aún peor. Ese aparente alivio de los medios, de una parte de los empresarios, del gobierno de Fox, dejaba un hilillo de trampa; sabemos que no querían, a como diera lugar, que el PRD gobernara; pero ese alivio, carajo, ese alivio me angustia demasiado. En el 88 también el fraude era una invención de la loca izquierda. Ahora, ese fraude, resulta que es una obviedad. No sé cómo, pero intuyo que en 18 años, el 2006 será una muestra de ingeniería electoral de lo más sofisticada, y entonces será una obviedad. Deseo, más que nunca, que Ugalde sea un tramposo, un mierda. Deseamos que el mexicano siempre sí sea un vendido, que el IFE sea un cúmulo de lacras. Deseamos, más que antes, que nuestro sistema esté podrido. ¿Qué hay de malo en cuestionar a nuestro sistema electoral? ¿Por qué tanta campaña en favor de su integridad, y en favor de aceptar los resultados, sean como sean? Tengo mis dudas de que AMLO haya ganado a final de cuentas pero ¿por qué no contar voto por voto si fue una elección tan cerrada? ¿Y si se anulan, no se creen capaces, los panistas, de volver a ganar las elecciones? Repito: ¿por qué tanta campaña a favor del IFE y de su impecable actuación? ¿Por qué los medios han hecho tanta campaña en pro de la tolerancia, del valor de aceptar la derrota, y en contra de la crítica y el cuestionamiento? ¿Por qué tu rock es votar, y no: tu rock es cuestionar hasta que todo esté perfectamente claro? En una democracia se valen las manifestaciones inconformes, carajo, volteen a Francia. ¿Por qué tu rock es votar y no tu rock es levantar la voz? Parece que todo ha sido una campaña para crear una juventud mansa que repugne la inconformidad, una juventud conciliadora de facto, un ejercito de jóvenes fervientes creyentes de las instituciones, bla bla bla, qué curiosa paradoja. Ahora resulta que la democracia se trata de ganar por un voto, ¿desde cuándo? ¿quién dijo eso? A conciliar a mis huevos, le dice mi hermano al televisor y luego me ve y me grita: ¿y tú por qué tan pinche callado? Mi espíritu, quizá también intolerante, y ahora amargo, me dice que yo tampoco quiero conciliar en automático, que tiene que ser difícil, que es el momento en que más despierto se debe estar; hay que ser críticos, más que nunca pues, parece, será el sexenio de los extremos, la derecha aferrada y apoyada en una campaña de conciliación, supuesta madurez y paz; el gobierno ilegítimo, del 36 por ciento, del norte proyanqui, el sexenio, repito, de la confrontación abierta, de las movilizaciones inconformes, ¿cómo quieren, sí así es nuestro país, que sea de otra manera?
Pero, ahora recuerdo, mi exaltación es sólo un supuesto. Aún no ha ocurrido nada. Esto todavía continúa.

7/05/2006

Qué decir. En estos momentos el futbol pasa a ínfimos términos. Después de la derrota de México, y también de la de Argentina, en el mundial, me fui a Oaxaca a votar. Es increíble la vibra andresmanuelista en ese estado que, créanme, siempre había sido más priísta que Elías Calles. Yo no lo podía creer. Dos días antes hubo una marcha, convocada por los maestros, de un millón de manifestantes o, por si lo ven exagerado, 12 km, todos, en protesta a la represión sobre el magisterio y exigiendo la renuncia del gobernador ilegítimo priísta. un millón en una ciudad de medio. Del aeropuerto al estadio Benito Juárez. En la ciudad la mayoría eran perredistas ahora, antipriísitas, antiulises, y estaban ansiosos por gritar el 2 de julio, claro, después de votar, gritar el triunfo. Yo siempre he tenido mis reservas con López Obrador, y sobre todo con el perredé que ha conformado, por lo tanto, no creería que su triunfo represente por fin el arribo de la izquierda a la presidencia. Eso no lo creo. De todas formas, jamás podría votar por el PAN, es algo genético, natural, no lo llevo en la sangre, pues. Del PRI ni hablamos, pues sería ignorar toda la lucha 'democrática' o, mejor diría yo, sería ignorarante de la historia reciente del país.
En fin, al terminar las elecciones, en la ciudad de Oaxaca se sentía un ánimo que yo jamás había visto. La gente sonreía, los oaxaqueños casi siempre conformistas, se notaban audaces, ilusionados, a pesar de que la campaña priísta en Oaxaca era algo así como que con Madrazo nos iba a ir muy bien a los oaxaqueños porque Ulises es su gobernador consentido, a pesar de eso votaron por el perredé. Más del 50%.
Como decía, después de las filas en las casillas, gente por todas partes checando las sábanas, corroborando sus intenciones y, de nuevo, sonrisas, sonrisas de todos los estratos socioeconómicos que pueda haber en esa ciudad.
Con ese mismo ánimo creíamos corroborar nuestro presentimiento con la opinión de las televisoras, la del IFE. Mierda, gritó mi hermano, eso no es cierto. Empate técnico. Y a las once de la noche Ugalde: empate técnico. Mierda: mi hermano. Mi papá, por mensaje de texto, desde el df: AMLO adelante por 500 000 votos, según nuestras actas. ¿Entonces? ¿Quién dice la verdad? A lo largo de la madrugada el prep cororoboraba la victoria de Felipe Calderón. Pero papá dijo que Andrés Manuel ganó, dije yo. Pero papá está adentro del perredé, dijo mi hermano, ¿tú crees que van a aceptar la derrota? ¿Entonces? Mi hermano y yo nos quedamos frente al prep, minuto a minuto. Después de las doce el PRD comenzó a ganar terreno. Poco a poco. Mi hermano y yo estamos acostumbrados a las elecciones; al tener un papá político, siempre de oposición, se desarrolla una especie de intuición a la que muchos llaman paranoia, respecto a los sistemas que legitimizan los resultados. Nunca pudo repuntar Andrés Manuel en el prep, era ilógico según la tendencia, o al menos según lo poco que sabemos de estadística. Quizá debido a traumas de la infancia, o a 1988, no dormimos. Tallamos nuestros ojos ojeroso, número tras número en la pantalla. ¿Inevitable la derrota? Sí, dijo mi hermano, inevitable la derrota de Felipe y, aunque me duela decirlo, del IFE. Nuestros rostros desvelados, nuestros estómagos indigestos y nuestras mentes paranoícas se fueron a dormir. ¿Tienes miedo? preguntó él. No, le dije, verás que mañana será evidente para todos.
Continuará.