1/22/2006

Escalofrío, madrugada, año nuevo, el viento apaga las velas y una vela boceta un camino de piedras entre el pasto. Tienes que verla. Tienes que verla. "Carajo", piensas. Frío. Cinco personas te rodean, conversan sobre cine y beben. Año nuevo. Después del abrazo te preguntan "cuál fue la mejor película del año pasado". "Fue uno, no, no fue nada, no, fue mucho", respondes. Permaneces en silencio y vuelve la pregunta. "Ah", contestas, "¿dicen película?, bueno, no sé, quiero decir, fueron muchas, yo pensé que hablaban de momentos, sería mejor hablar del mejor momento que de la mejor película". Exigen una respuesta; "no sé", dices, "yo podría decir, podría decir que Los Cinco Obstáculos de Laudrup". Tu mandibula tiembla al hablar, el escalofrío amontona tus respuestas en la boca, tienes que verla. "¿Qué no Laudrup es un futbolista?", dice alguien. "Oh", dices, "entonces, ah sí, quise decir Von Trier, tú sabes, los dos son daneses". Recuerdas que él no es el director de Los Cinco Obstáculos, prefieres no decirlo. "Sí, Von Trier, Los Cinco Obstáculos de Von Trier, yo creo", dices. Vapor. "¿Por qué?", preguntan, "¿por qué esa y no, por ejemplo, ésta, cómo se llama?, Nuestra Música". Goddard es un pelmazo, piensas en contestar, no lo haces, tienes que verla, piensas, no quieres pasar por imbécil. Escalofrío. Tomas whisky, escuchas a colectivo nortec al fondo, te frotas las manos, respiras hondo, tiemblas. "Quizá", dices, "pero, digo, para mi gusto". "En gustos se rompen géneros", interrumpe alguien. "No", dices; esa frase es idiota y no justifica nada, piensas pero contestas: "digo, para mi gusto debiera ser Los Cinco Obstáculos porque siento, intuyo, más bien, no sé, creo que es el futuro, digo, es el camino que me gustaría que siguiera el cine". Tiemblas, ya usas saco, todavía tenis. "¿Cómo?", te preguntan. "No sé, creo, no sé, es el camino". "¿Dinamarca?" "No, el ensayo dentro del cine, las ideas, la propuesta de un autor, los obstáculos, el conflicto de personas no de ficción, aunque sea ficción". "¿Como Big Brother?" "Quizá, pero, en el caso de, qué frío, en el caso de Von Trier, la realidad, digo, su mente, la realidad se ve sustanciosa a través de sus ideas y me gusta, sobre todo, qué puto frío, me gusta la idea de poder contemplar su proceso creativo, digo, eso creo". "Pero", dice alguien, "¿no preferirías leer algún texto suyo en vez de pagar una entrada para saber cómo crea?" Callas. "¿Cómo crea?", tienes que verla, piensas. Tiemblas de frío. Tienes que verla, piensas; "con permiso", dices, te quitas a los cinco de en medio, caminas, bebes, avanzas hacia la puerta, sientes diez ojos y pocas palabras tras tu espalda congelada. Te detienes. Recuerdas. Vapor. Frío. Sientes como si hubieras llorado, hueles tu whisky, tiemblas, dejas el vaso en el piso. Qué importa, piensas, quizás la mejor fue Titanic rentada en blockbuster, quizás fue Gol, quizás Nuestra Música, Goddard, Greenaway, Von Trier, Laura León, qué importa. El próximo año, piensas, quizás ya no tome, quizá ya no use saco, sería bueno estar en otra parte, piensas y caminas a verla, a ver que no se apague la vela.

1/05/2006

Comienzo el año con la sorpresa de un bono navideño inesperado. Dinerito extra, me digo, dinero no planeado. No es mucho, suficiente para sentirme en un aprieto, sé que debo adquirir alguna trivialidad, sé que debo gastarlo.
Salgo del banco con el efectivo en la mano sin saber a dónde o qué. Recuerdo mi ardua labor en la empresa, pienso, merezco este dinero. Quizá por eso o por el aire frío en mi nariz es que camino hacia la librería. Sí, a la librería, a caminar por los pasillos, leer los títulos, reconocer a los autores que hay que leer, leer, leer, y azotarme en los estantes; sí, a la librería a azotarme en los estantes, a empaparme de conocimiento, pienso.
En el camino, con los labios resecos y los ojos vidriosos, imagino los cientos de libros que me esperan, existe la posibilidad de ser más inteligente, me digo, habrá que leerlo todo o, por lo menos, un cincuenta por ciento del área de narrativa, pienso, hay que ser sensato. Camino, pateo unas piedritas, no aguanto las ganas y corro, cruzó una avenida, esquivo un charco y un puesto de tortas y llego.
Llevo ya media hora. No encontré a Ballard ni a Walser pero no me ha costado trabajo elegir a otros, de hecho, pienso, han sido más impulsos que razonamientos los que me han hecho escogerlos: en mis brazos cargo a Carver, a Ishiguro, a Pavese, a Mann, a Fante, a Steinbek, a Sebald. Extraña combinación, qué importa, pienso, hay que leerlos. Hago la suma mental y sí me alcanza. Soy un niño con ocho litros de helado en el congelador. La realidad me impide saquear la tienda, no seré tan inteligente como imaginaba. Me formo. Decenas de personas igual de ávidas de conocimiento que yo, no soy tan especial como creo, lo lamento. Veo la pila de libros rechazados, los que por alguna razón han provocado el arrepentimiento del consumidor y han sido abandonados en la inminencia de la caja: Proust, por ejemplo, Novalis, Svevo, quién carajos es Svevo, Zweig, Naipaul, Vila-Matas . Razono un momento y pienso que sería mejor, en todo caso, comprar libros de latinoamericanos. Cambio mi bonche por el libro de Vila-Matas que está en el montón y me salgo de la fila; mi rumbo es la narrativa latinoamericana, después de todo, pienso, nací en Oaxaca.
Y sí. Veo apellidos similares al mío. No logro saber qué es precisamente lo que quiero. No me visualizo en el sillón con una novela real fantástica, un ensayo setentero o una anotología de cuentos costumbristas. Tanto tiempo frente a la nevera me ha dado náuseas. No sé qué quiero. Veo a Marías, a Bolaño, a Piglia. Estoy cansado de pretender entender a Piglia, de alabar a Bolaño. No sé si valga la pena gastar en Marías, o en Fresán; todo el mundo lee a Fresán, yo no soy erudito, tampoco soy todo el mundo. Un poquito más de Cortázar y vomito. Ni Fadanelli, ni Bellatín, pienso, ni las nuevas voces de la narrativa contemporánea valen más que una borrachera; después de todo, pienso, desde cuándo leo yo lo contemporáneo, no soy un tipo actual, no estoy al día, no soy intelectual vanguardista, nací en el ochenta y dos, soy de provincia. Regreso a Vila-Matas a donde corresponde, veo a un Vázquez a su lado. Quisiera poder comprar un libro sin conocer al autor. Me lo propongo, no puedo. Si tuviera una S ese Vázquez no sé qué, pienso, lo compraba nada más por tristeza, pero no. Sigo por el pasillo, rozo los lomos con mis yemas.
Sin querer he vuelto a la narrativa universal. Chandler, Chateaubriand, Chaucer, Cheever, Chéjov, Chesterton. Siempre me ha gustado ese estante. Tomo un libro de Chejov. No sé por qué es tan grande, no comprendo su importancia en la literatura. Lo hojeo, veo el precio y camino hacia la caja. Me formo. No seré tan inteligente, pero leeré a Chejov, me consuelo. Vuelvo a hojear el libro, leo un par de líneas. Me doy cuenta que no soy tan inteligente como pretendo. No lo seré, no entiendo a Chéjov. Me dan ganas de aventar su libro a la calle, a la lluvia, al lodo mezclado con basura y pavimento, bueno, veo que no llueve, me contengo, suspiro, ah, me siento insignificante; le digo a la señora a mi espalda que si me puede apartar el lugar, vuelvo rápido, le digo, sólo voy a cambiar este libro. Sí, me dice. Corro, cambio a Chéjov por Joyce, no tengo el valor de enfrentar su Ulises, lo cambio por Swift, a Swift lo quiero, pienso, lo dejo; tomo a Süskind, soy cualquiera, me da náusea, me mareo; tomo a Ende, no es complejo, me digo, claro que no, escribe para niños, lo dejo; tomo a Kundera, no quiero, no puedo aceptarlo, qué pretendo, qué hago en una librería con mi bono en el bolsillo, quién me creo.
Vuelvo a la fila. La señora, desesperada pero amable, me cede el lugar. Pago. Lo único que quiero es salir de la tienda. Cargo a la literatura encima de los hombros, y es pesada, y muerde con sus dientes sin filo. Salgo. Suspiro, huelo, tierra y lluvia ausente que me atraviesa el estómago. Corro, corro hacia el metro, huyo de mi delirio de grandeza.
Llego a mi casa. Es la quinta vez que compro Pedro Páramo.