3/28/2005

De derecha a izquierda venían lentamente un conjunto de hachas color de rosa. Y de izquierda a derecha corrían trepidante y enigmaticamente un conjunto de hachas color de rosa. Las lentas sentían un angustiante e inminente peligro que, además de inmovilizarlas, las hizo cerrar los ojos y apretar la boca; las trepidantes, por lo tanto, sentían un inminente y angustiante peligro que, además de alborotarlas y excitarlas, las hizo cerrar la boca y apretar los ojos con la adrenalina al fondo. Unas se detuvieron, las otras aceleraron; unas gritaron 'auxilio', las otras 'sangre'; unas aguantaron, las otras emibistieron con fuerza desmedida y ausente conmiseración. Después del impacto, todas al unísono, abrieron los ojos. Voltearon a la izquierda y no había nada; a la derecha, y lo mismo. ¿Dónde están las otras? preguntaron. Eran la misma. El choque, en vez de despedazarlas, las había fusionado. El polvo de la devastación las condensaba en la Gran Hacha.
La Gran Hacha pensó: ¿Somos la gran hacha? Y la Gran Hacha con firmeza respondió: Soy la gran hacha. ¿Y ahora qué haremos?, se preguntaron la Gran Hacha. ¿Destruir?, se contestó. ¿A quién vamos y descuartizamos?, se preguntó; ¿Por qué herir a alguien?, se cuestionaron. Destruir es nuestra razón de ser, nuestra misión, nuestro rol. ¿Para qué destruir?, ahora que somo una, ¿por qué no construir? Inadmisible esa petición, es anti-natura, es absurdo. ¡Protestamos!, exigimos al menos reflexionarlo. ¿Qué se nos ocurre contruir, entonces? Por ejemplo un buen techo, un lugar dónde vivir. ¿A costa de despedazar algunos árboles? Bueno, podríamos construir un gran imperio. ¿A costa de la cabeza del enemigo? No es buena idea, pero qué tal si construimos una raza de hachas. ¿A costa de nuestro poder, a costa de nuestra certidumbre? ¿Y si escribimos poesía? ¿A costa de nuestras neuronas?

3/20/2005

Ese olor de las peluquerías me invade. Comprendo que, inevitable e irracionalmente, los ciclos se repiten. Escucho una canción que hace años me produjo una sensación similar. El olor de las peluquerías que leí de niño me vuelve a saturar, vuelve a -le gusta- apoderarse de mi cuello, me muerde y con su aliento soporífero me susurra: una vez más, una vez más. Pienso, acomodo mis brazos atrás de mi cabeza, la levanto y bostezo; disfruto el olor, esa canción y, sí que, pienso: cuántas veces pasará. Dudo en si alegrarme o entristecerme por estar vivo, por experimetar la sensación. Me levanto del sillón, camino hacia la ventana -tan mencionada-, y una vez más el olor de las peluquerías, el olor, olores distintos que son el mismo, una y otra vez en mi olfato, en el transcurso. Decido sonreir. Decido justificar mi silencio por una dicha inexplicable, falsa pero encantadora, consistente pero ilusoria. Decido sonreir por el ciclo interminable. Ojalá nunca termine, pienso; siento.

3/19/2005

La superflua angustia del encierro, de sentarse frente al vacío. La superflua angustia de no salir en sábado, de no exponerse al buen trato, de no beber demasiado. La superflua angustia de imaginar árboles crecer de entre las piernas, de arder en el destierro y no ir a un agradable desierto. La superflua angustia de la incertidumbre, de si mañana será un buen día, de si ayer lo fue. La superflua angustia de obligarse a pensar, la superflua angustia de no ser parte de las mulititudes, de las carcajadas, del inminente escalofrío. La superflua angustia de dormirme temprano, y de querer despertar otra vez.

3/14/2005

Comenzaron a caer las piedras. Algunos temerosos corrieron e intetaron no ser un blanco fácil, incluso se escondieron. Otros taparon su cuerpo con lo que encontraban: láminas, cartones, plástico; hasta con las manos se protegían el rostro. Hubo muchos descalabrados, muchas cabezas estallaron; demasiados moretones, gritos, mucho dolor y confusión.
No falto quien, en medio del barullo y golpeteo, consiguiera una cubeta ideal para cachar las piedras. Habían de todos los colores, otras brillante, otras negrísimas. Después escogieron las más bellas y las guardaron. Llegaron a intercambiarse, cada quien defendía su gusto; unos se aferraban a las rojas; otros, obsesionados, robaban las rugosas y huecas. Más tarde se convirtieron en un artículo ostentable, símbolo de estatus, de supervivencia; y al instante surgió el mercado negro de piedras caídas.
Los coleccionistas aún las mantienen lejos del alcance de la vista de cualquiera.

3/07/2005

¡Ah! Me impresiona cómo en marzo la gente es tan gris, dije.
Compartimos, y disfrutamos un momento, el silencio de motor, la brisa tibia de radiador y el olor, rico, a gasolina.
Es imposible, pero imposible, que por razones cronológicas o zodiacales, los seres humanos cambiemos de color, dijo el otro.

3/06/2005

Para variar, y sólo por contarles la verdad, aclaro que mi deuda con telmex fue finiquitada ya hace unas semanas. ¿Por qué, entonces, ausentarme de mi blog? Existen algunas razones y a la vez ninguna. Una, inherente a mi personalidad, es la pereza que se ha extendido a todas las disciplinas de mi vida. Otra es que, a pesar de la primera razón planteada, he tenido trabajo y las responsabilidades que conlleva, tanto en el despacho de diseño como en los deberes escolapios, que a duras penas he librado y -puede ponerse en tela de juicio-, cumplido. Otra, es culpa del festival de cine, maldito festival que se adueñó de mis noches por una semana y me dejó con algunos agradables descubrimientos, exceso de cafeína en la sangre y un tierno cosquilleo por realizar un documental -sí, también a mí ya me da por mamonear-. Y la última razón, tal vez el único pretexto valido, es que nadie me visita, nadie me lee y realmente el cese de funciones de este espacio no afecta absolutamente a nadie. Así que tengo el derecho a desaparecer cuanto quiera puesto que soy mi principal espectador, y, como tal, decisivo.
No obstante vuelvo, como siempre, sin nada sustentable, provechoso que decir, ni proponer, ni que externar, salvo neurosis concentrada en caracteres y un encomiable despliegue de ingenuidad sobre lo que significa escribir y dedicarse a eso -exprimirse el cerebro por no contar a pesar de que alguien lea-. No obstante, vuelvo.