3/14/2005

Comenzaron a caer las piedras. Algunos temerosos corrieron e intetaron no ser un blanco fácil, incluso se escondieron. Otros taparon su cuerpo con lo que encontraban: láminas, cartones, plástico; hasta con las manos se protegían el rostro. Hubo muchos descalabrados, muchas cabezas estallaron; demasiados moretones, gritos, mucho dolor y confusión.
No falto quien, en medio del barullo y golpeteo, consiguiera una cubeta ideal para cachar las piedras. Habían de todos los colores, otras brillante, otras negrísimas. Después escogieron las más bellas y las guardaron. Llegaron a intercambiarse, cada quien defendía su gusto; unos se aferraban a las rojas; otros, obsesionados, robaban las rugosas y huecas. Más tarde se convirtieron en un artículo ostentable, símbolo de estatus, de supervivencia; y al instante surgió el mercado negro de piedras caídas.
Los coleccionistas aún las mantienen lejos del alcance de la vista de cualquiera.

2 comentarios:

ira dijo...

Welcome de regreso. Ya te extrañaba electrónicamente. (Dios, mi vida cada vez se parece más a un cuento de Philip K. Dick)

el andrei dijo...

Vaya, hasta que hay comentarios en el blog. Muchas gracias cuervorojo por tu tres vecez honorable comentario, sin duda eres un duro tipo de una sola opinión.
Y Ira, préstame ese libro de cuentos no seas así. !Ah¡ a mí también me irritan los efusivos seguidores de Niet(z)sche, que, ironicamente, convierten a este en una especie de mesías.