9/22/2006

Gente cercana dijo: no te preocupes, ya llegará en su momento. Unos: es cuestión de buscar, tampoco esperes a que te caiga del cielo. Otros: ¿por qué no te mueves y obtienes lo que deseas? Y yo: no, nunca, nunca, parece que nunca tendré un refrigerador.

Ayer:

Salgo de la oficina relativamente temprano. Levanto mi cabeza y miro al sol, escucho cláxones, respiro el tiempo.
Llego a mi casa, me recuesto. Veinte minutos después: tocan a la puerta. Abro. Oscar dice: vámonos. Yo: correcto, ¿suéter, sudaderita o saco? Él: chamarra, va a llover.

Subimos al microbús. Vemos por la ventanilla. Pensamos: en alguien cada quien. El microbús avanza, se detiene y avanza. Escuchamos el paso del gigante, una magnífica pieza, coincidimos. Platicamos sobre el trabajo y sus complicaciones. Luego recordamos con nostalgia la escuela. Si eramos, gacho, huevones, dice él, nuestra ambición es tan cabrona que hasta nos ha hecho trabajar, concluye y ríe. Yo también río. Volvemos a callar.

Bajamos. Llegamos más temprano de lo planeado. Estamos en el centro histórico de la Ciudad de México. A mí no deja de asombrarme, lo digo, me siento afortunado cada que visito el centro. Antes de la fiesta, vemos una pequeña inauguración. Entramos a la galería, suponemos, de arte, con aspecto de obra negra. La galería es parte de la obra de arte. Ladrillos, cemento, tapiz a medias, todo en proceso; contemplación de procesos no acabados. Lee el texto Oscar y dice: me suena conocido. Coincido. No es arte procesual de hace cuarenta años. Mi indeterminación no me permite terminar lo que digo, mi frase se queda a medias, no termino el proceso. Tomamos cerveza y comemos bocadillos. Como buenos colados, vemos la obra superficialmente, sólo platicamos, quizá así deba ser. De vez en cuando digo Beuys (Bois), para no parecer lo que somos: neófitos. Vámonos ya, dice él, ya me cansé de estar aquí.

Entramos a la fiesta. También es una inauguración. No, dice Oscar, no, tendremos que chutarnos un documental para poder brindar. Pienso: todo fuera como ver un documental para tomar gratis. No hay problema, le digo, vengo con ánimo de ver lo que sea. ¿Huicholes? La verdad es que, a voluntad, jamás vería un documental sobre huicholes, ni desierto, ni peyote. Bostezo, me concentro, se me hace bueno, estoy en otro pensamiento, otra forma de ver el cosmos, el violín me gusta, estoy adentro, se me hace bueno, aparece la virgen de Guadalupe y problemas para mantener las tradiciones, y todo se cae. Termina. ¿Qué tal?, pregunta Oscar. Alzo los hombros. Él dice: si no fuera por lo incómodo que estaba, me hubiera dormido. Aplaudimos. Vamos a lo que venimos.

Llegamos a la barra. ¿Qué pedimos? Cerveza. No, dice él, pidamos brandy, hay que aprovechar que es gratis. No pongo objeción. Ah, la gente, la muchedumbre, el alcohol. Vemos a Marcela y su amiga. Oscar es ahora feliz: un brandy en cada mano y Marcela a un lado. Me hace feliz ver a mi amigo feliz y me entusiasmo. Platicamos, o mejor, divagamos. Veo a un ex jefe y su hermana. Voy hacia ellos, qué pasó, cómo estás, digo. Andrei, ¿pero qué te pasó?, dice su hermana. Embarnyció, dice él. Sí, Andrei, estás más gordito, dice ella. Intercambio un par de anécdotas, actualizo mi situación y de inmediato regreso a donde estaba, con la autoestima un poco baja. Deseo un refrigerador y lo digo. Ríen, comentan que es esencial en cualquier casa y entonces lo deseo más.

Después de tres brandys, el cuerpo se acalora y la mente distorsiona los comentarios. No sé de qué platicamos. Damos un par de vueltas. Vamos hacia la barra y han cerrado. Prenden la luz. Parece que es hora de irse, veo mi reloj y son las doce. Qué bueno, pienso, no tendré problemas para despertar, mañana tengo trabajo.

Discutimos en el coche de Marcela sobre cuál sería el paralelo a Maná en inglés. The Verve, no, Coldplay. No, señores, dice Marcela, la verdad es rotunda: Oasis. ¡No!, gritamos Oscar y yo, nos gusta Maná. Es feo darse cuenta de la cruda realidad. Recuerdo una canción y es verdad: don't go away, say what you say but say that you stay. Tiene razón, pero no, digo, lo peor de Maná es su voz, y no es la de los hermanos Gallagher. Ni la de Ashcroft, responde la amiga. En toda la noches hemos perdido todas las conversaciones. El brandy, por lo visto, no aporta mucha elocuencia. La calzada de Tlalpan. De volada estoy en mi casa. Gracias, me la he pasado muy bien hoy, les digo, y es cierto. Me despido, bajo. Marcela arranca y continúan con la discusión.

Entro a mi casa. Veo el espacio vacío; deseo un refrigerador. Imagino abriéndolo, lleno de cervezas, quesos y carnes frías. Me hace falta uno para satisfacer a mi espíritu consumista. Oigo ruido: música alta y conversaciones, palabras altisonantes. Salgo al patio común de la vecindad, veo una sombra de gente, varias personas chocando vasos y palmoteándose la espalda. Camino hacia allá. Vislumbro rostros, trato de reconocer voces. Me acerco.

¡Andrei!, sí viniste. Hola, digo, cómo estás Mateo. Lo abrazo. ¿Cómo te enteraste de mi despedida, cabrón? Nunca había visto a Mateo tan efusivo conmigo; es más, nunca le había escuchado más de cinco palabras en la misma frase. ¿Quién es? dice la chava que lo acompaña. Es Andrei, mi vecino, venga, Andrei, ¿quieres una cervecita? Bueno, le digo, qué gusto verte. Entra a su casa, la ventana en la que estamos es la de su cocina, así que lo vemos entrar, abrir su refri, sacar la cerveza y volver hacia nosotros. Afuera estamos unas diez personas. Adentro, imagino que más. Vuelve Mateo. ¿Entonces son vecinos? Sí, dice Mateo, pero es como la segunda vez que nos vemos desde que se mudó. Sí, le digo, nunca nos pedimos una taza de azúcar o algo así. Reímos. La chava se queda de a seis. Bueno, le digo yo, lo que pasa es que nos conocemos de antes. ¿De dónde? De, de, dice Mateo, de, no sé, creo que me lo encontré un par de veces en el cine. Ok, dice ella. Bueno, dice él, éntrale a la fiesta, te acompaño. Dejo de ver al refri y Mateo se queda atrás. Entro, hay seis personas en su comedor. Por suerte, algunos conocidos: veo a un ex vecino, al ex novio de una compañera del trabajo y a Daniel Giménez Cacho. Qué extraña puede ser la despedida de alguien. ¿Qué haces aquí?, dice Alex. Vivo aquí, en esta vecindad. Ah, sí es cierto. ¿Cómo va la chamba? Contesto. Veo la casa, muebles, cientos de bultitos. ¿Mateo es dealer? No, ¿eso?, todo eso está lleno de miel. Paredes de miel casera, dicen, es para vender. Miro las paredes. Se aparece Mateo. Supongo que sí deja vender miel, le digo, ¿a dónde te mudas? A Inglaterra. ¿A Inglaterra, a qué?, pensé que sólo te mudabas de casa. No, dice, voy a estudiar mi doctorado. Envidia. ¿Por qué todos huyen? Quizá yo también debería irme, pienso. Qué bien, qué gusto me da, le digo, ¿y qué vas a hacer con todo esto? Todavía no sé, David se queda con las llaves. ¿Y tu refri?, ¿qué piensas hacer con tu refri? Se lo voy a vender a este tipo, ¿cómo se llama?, no sé cómo se llama. No manches, Mateo, mejor regalámelo a mí. Sí sí sí, te lo vendo, dame 200 pesos, ven a verlo. Vamos hacia la cocina. Nada más que tiene unas bronquitas para abrir, dice, nada que la maña no pueda resolver. Ok, le digo, miro al refrigerador como si fuera una obra de arte procesual. ¿Cómo ves?, dice, lo abre. Muy bien, me gusta. Lo compré a mil varos hace tiempo, te lo dejo en 400. ¿Qué no dijiste que en 200? Ya lo pensé mejor, 400 está bien, sólo que también tiene problemas el congelador, congela demasiado. 300, entonces. Abre el congelador, veo nieve, veo una botella de absolut. Está bien, le digo, 400 con todo y botella y las chelas que sobren de la fiesta. Hecho. Estrechamos nuestras manos. Qué negocio, pienso. Le doy otro trago a mi cerveza. Creo que ya me voy, le digo, avísale a David que es mi refri. Sale. ¿Cuándo te vas? Mañana a la una. Sale, entonces yo me pongo de acuerdo con él. Traigo justo 400 pesos en la bolsa. Se los doy. Me dice: para mis cervezas en Londres, me tomaré unas a tu salud. Hombre, qué detalle, no sabes todas las cervezas que me tomaré a tu salud, Mateo, le digo. Me despido. Salgo contento. Me voy a dormir.

9/19/2006

En los últimos cuatro meses, este blog ha incremenado casi al doble sus visitas. Este aumento coincide con buenos comentarios fuera de la red, en la aparente realidad. Cada vez es más la gente que me visita y, en la mayoría de los casos, han afirmado coincidir a medias con mis opiniones. Más de uno ha felicitado mi salida del blog en clave para empezar a mostrar mis ideas y opiniones respecto, primero, al futbol, y después en torno al proceso electoral y poselectoral. Se me ha criticado no platicar sobre Oaxaca, pero eso está pronto a solucionarse; escribo un texto especial para eso aunque, por más que intento, no lo veo terminado. También otro sobre la desaparición de plutón. Lo que me entusiasma es saber que, quizá por morbo, comenzar a escribir sobre mis preocupaciones personales es el punto principal del incremento, según mi percepción; sobre todo gente que por distancia no puede saber qué es de mi vida a quemarropa y, noto, me visitan en silencio. En fin, todo esto como excusa para decir que he vuelto a la tranquilidad. Contrario a la incertidumbre y cobardía que me tenían encajuelado, ahora puedo decir que me siento fresco y lleno de ideas, relajado y con la mirada en el techo. Como la noche y el día, como la espalda y el pecho. Hace poco leí, no recuerdo donde, que quien no escribe una novela, no está en la realidad, o algo así; esa frase, o cita, me recuerda que a veces es difícil distinguir la actualidad de los esquemas remados por galeotes, y creo: sería mejor decir: quien no escribe un blog, no es encontrado en google. No sé hacia dónde caminamos; unos dicen que hacia la desaparición del autor, otros que al mercado salvaje de obras paupérrimas. No hay duda que esta época anuncia un oscurantismo literario, de contenidos huecos, y formas digeridas, en donde la censura aparecerá disfrazada de excesiva libertad, en dónde hasta el más idiota publicará y, por lo tanto, será quien más venda y, por lo tanto, volverá a publicar y, por lo tanto, marcará un estilo y, por lo tanto, lo más probable es que sólo serán leídos los autores sosos, baratos y aprobados por el mercado y las instituciones. Leo una aguda crítica sobre Zoe Valdés, la actual luminaria ganadora de jugosos premios, siento que debo dejar de decir "por lo tanto", por ejemplo, y luego veo que ese es el camino hacia la aclamación; Isabel Allende o Laura Esquivel ya nos lo habían advertido. No quiero pensar que la contraparte esté en no escribir, al contrario, sólo es cuestión de asumir el contexto y encontrar tu nicho en el mercado; que bien podría, ese target, ser el mismo autor (como en el caso de algunos blogs); el extremo sería que cada quien publique su obra y se convierta en su autor favorito; supongo que la misma era tecnológica nos dará las armas para permanecer y sellar algunas superficies, aunque, asumirlas, esas armas de la tecnología, de alguna forma significa corroborar que pertenecemos a la periferia, es decir, ser un blogger mexicano equivaldrá algo así como un tipo que cocina piedras desde afuera de la casa.

9/15/2006

Despierto con una ligera cruda. Tengo que ir al trabajo. Ayer mientras platicaba, recordé que me gusta narrar en primera persona, en presente, por eso me gusta el blog, yo creo. Salgo de mi casa, cierro la puerta. Camino hacia división del norte, me cierro la chamarra y pienso: ¿hoy es el grito? Me ve el taxista y se detiene. Veo en su rostro una tenue borrachera y ganas de discutir, no lo puedo decepcionar; además traigo buen ánimo: hoy saldré temprano de la oficina. ¿Hoy es el grito, no, señor? Cóm, claro ques hoy, bueno, si dejan, ¿no? A qué se refiere, le digo. Pueseso, que ya ni dejan, ya ni dejan dar el grito. Veo por dónde va la discusión y decido darle un giro incisivo: oiga señor, ¿por qué le da usted tanta importancia al grito? Cóm, todos somos mexicanos, ¿tú no? Ah, pienso, ya me habla de tú el señor, el dolorcito en la cabeza me hace decir: a ver, y qué con que seamos mexicanos. Cóm, es nuestra independencia, sino aqui starían los españoles, no nos dejarían hablar, no podemos decidir, digo, no decisión, no nada. Ah caray, le digo, entonces la independencia es librarse de los españoles. Cóm, ps claro, staríamos esclavos, para servirles, a ellos. Sí claro, en ésta a la derecha, por favor, y luego derecho. ¿En ésta?, com no, joven. Me ve por el retrovisor y dice: ¿qué?, ¿entonces no va a dar el grito? Vuelve a hablarme de usted, este hombre tiene ganas de platicar. Híjole, le digo, yo creo que no, no lo siento, pero antes de que me diga algo, no lo siento no porque no sea mexicano, sino porque se me hace falso. ¿Cóm? Yo creo que nomás nos gusta la fiesta, es evidente que me incluyo, nomás nos gusta ver a la familia y chupar, yo creo. ¿Cóm? Voltea a verme el taxista, incrédulo, supongo que checa mi piel, mi acento, vuelve la vista al frente. ¿Quién realmente siente el grito?, le digo, ¿no cree usted que el país entero finje? No, joven, noes para tanto. Sí, le digo con saña, piénselo señor, conozco mucha gente que preferiría ser dependientes a otro país, o a una empresa trasnacional, nomás vea a la gente del norte, es más, señor, ¿qué es un país? Ps, nuestra tierra, me dice. Le contesto: la tierra, señor, no es el ente que nos gobierna, la tierra es distinta a un país, ese ente que nos junta, fíjese, podría cambiar tan facilmente. ¿Y las tradiciones? Bueno, hay pasíes que comparten tradiciones, esas son de los seres humanos, señor, el ente ese del que le hablo, y que podría cambiar tan facilmente, se aprovecha de esas tradiciones para aglomerar, precisamente, pero, ¿quién realmente es México?, pues sí, usted y yo, pero también somos el mundo y también somos este taxi. ¿Cóm? Mire, me podría sacar de la manga que en esta esquina, que por cierto tenemos que dar vuelta a la izquierda, nosotros celebramos las vueltas, creamos un lazo, somos una comunidad, ¿ah?, ¿ríe?, así me río yo del grito, y no es nada contra el cura Hidalgo, que ahora conozco mejor gracias a Magú, y que todos deberíamos conocer por Ibargüengoitia, no es nada contra esas personas amables, es contra la fantasía de unidad nacional, y de que pertenecmos a una tierra. Ij, ps, joven, como quiera, yo no creo que sea así. No lo cree porque le gusta su fantasía, le gusta saber que nada depende de usted, que lo abraza un país, que lo defenderá de las catástrofes, de las guerras, le gusta saber que no está solo en este mundo, que se parece a ese señor del periódico, se siente orgulloso de los mexicanos futbolistas en europa, se siente orgulloso de su gobierno, de su jaula mental. Ajk, tch, ¿qué trae contra nosotros? Nada, olvídelo, sólo que hoy amanecí irlandés o colombiano, no sé; y no crea que es malinchismo, no es que yo quisiera haber nacido en otra parte, es sólo que, bueno, usted entiende. No. Yo tampoco, pero no me gusta ser un producto determinado, no siento que por querer a mi tierra tengo que fingir algunos ritos. Ps, si lo veasí, ¿ésta?, ¿esen ésta verdad? Sí, le digo, es en ésta.

9/08/2006

En los momentos tristes están los momentos felices, dijo mi hermano para consolarme al saber que no hubo tal beca. Tampoco es para patealear el hecho de no haberla obtenido, sólo creí, ingenuamente y con demasía, que mi proyecto era en verdad valioso y no vi por qué no habrían de reconocerlo otras mentes preocupadas por la literatura contemporánea. Quizá estaba equivocado, o borracho, cuando escribí esa solicitud y pensé que su contenido y forma le aportarían frescura a ese anquilosado gremio mexicano. Ni modo. Ya lo intentaré de nuevo, soy paciente por naturaleza, y también sé que no es la única vía para otorgarle credibilidad a tu creación. Lo sé o me han convencido de ello. En fin. Mientras platico y platico haría bien en escribir ese proyecto narrativo de todas formas. Lo soñé tanto en estos dos meses; al personaje, su atmósfera, sus palabras, que nomás por inercia se lo debo. Ya conozco la primera cuartilla. Se me han ocurrido tantos proyectos por despecho a la decisión de la fundación, que pienso que quizá haya sido lo mejor, a pesar de no tener un pretexto contundente para dejar mi empleo. Aunque la verdad, mi empleo no es tan infernal como para no tener tiempo de leer y escribir, quizá me succiona a fuerza la creativdad pero, paradójicamente, me siento mucho más creativo cuando no estoy en la oficina, es decir, el momento oportuno para escribir es justo cuando estoy en mi casa con la mirada en el techo. Cuando recibí la mala noticia, una buena se me daba al mismo tiempo. Perdí un año de ociosidad auspiciada pero, qué extraño, gané algo inexplicable, quizá la sensación de que una pena mía pueda ser pena para otra persona; o, visto de otra forma, saber que un cariño incontrolable es mutuo. Ya entenderán quienes entiendan. Esa tarde, pues, fui, sin mucho ánimo, al Palacio de Bellas Artes; a la presentación de la antología. De alguna forma mi autoestima subió, sobre todo cuando el maestro Gerardo de la Torre me presentó como el celebérrimo Andrei Vásquez, premio, quizá, ganado por ser un buen parroquiano, es decir, por ser buen compañero de chela. También pudo haber sido por estar orgulloso de mi cuento: "Nombre Falso". O tal vez lo dijo por ironía. Si fue así, a mí me gusta ese sarcasmo. Nunca publicarás, le dice Pío a Andrei Vásquez dentro de la lógica ficticia de "Nombre Falso"; y la verdad es que no me preocupa pues, tal vez a propósito, lo utilicé, a "Nombre Falso", para transmitir muchas de mis ideas y opiniones respecto a lo que para mí significa querer escribir. En fin, fue bueno ir a la presentación, hablar de ese cuento debe serme bueno para la circulación, digo "Nombre Falso" y me pongo como si hubiera tomado un litro de whisky; hubo hasta quien me dijo que mi cuento era de sus favoritos; y lo mejor, otra persona dijo que mi texto era tan interesante que debería de pensar en meter un proyecto de beca. Después de Bellas Artes fui con Regina a celebrar o saborear la pena, no sabíamos muy bien; en todo caso, para mí fue una de las mejores noches de mi vida: el gran centro histórico, cerveza león, salsa, baile, ella, su cabellera, sus ojos y su excelente conversación. Hubo un silencio como a las dos de la mañana en que, mientras escuchábamos salsa en vivo y contemplábamos un pequeño mural involuntariamente fauvista de las trajineras de Xochimilco, decía, en que dije: soy feliz. ¡Bravo! Bastante rato que no lo sentía en serio. Al otro día mi hermano habló por teléfono conmigo. Cómo estás, qué pasó, cómo te fue ayer, qué pasó con la beca. Le respondí: no me dieron la bequita, hermanito, pero no hay bronca. ¿Cómo te sientes? Pues triste, mi hermano. No te preocupes, este, no te preocupes, recuerda que en los momentos tristes están los momentos felices. Tienes razón, le dije, ayer también fui feliz, pero luego te cuento. Bueno, me dijo, ya me voy, mejor escríbelo en tu blo, sabes qué, es que desde ahí te escucho mejor. Sale pues, dije yo, lelo pronto, digo: léelo. Sale, y tu el mío. Oquei. Y así lo hice, escribo este post para contarle a mi hermano, y para agradecerle, de alguna forma, que me permita leer sus opiniones a distancia pues, le he dicho, a medida que personas como él comiencen a arrojar sus opiniones a la web, podremos enterarnos de que "lo que nos dicen que es la realidad", es pura farsa. Escribo de mi hermano, algo se me contrae, algo fluye, y entonces pienso: hay cosas inevitables, como escribir, por ejemplo.

9/06/2006

Siempre supimos que Steve Irwin iba a morir en televisión. Ella, la tele, tácitamente exige sacrificios y no hay plazo que no se cumpla. La televisión nos ha escogido el presidente. Se ha vanagloriado con el resultado del tribunal, se ha tomado el conflicto muy personal y, por lo tanto, asume la victoria con humildad, como la verdad, como que ella, la tele, será la verdadera soberana. Ella nos ha dado el último informe de gobierno: síntoma, ese, el último informe de Fox, de una forma que caduca y avanza hacia el dilema: un nuevo producto en el mercado o un sistema parlamentario. No hay plazo que no se cumpla, decía, hoy dan los resultados de la beca esa. Escribo esto sin conocer el resultado y la zozobra me contempla solazada. Hoy también es la presentación de la antología en Bellas Artes; es la primera vez que estaría del otro lado de la mesa, aunque esa mesa se parece a la silla de Felipe Calderón, en fin, contengo mi afán de protagonismo y mi hambre de tirar palabras al viento, y veré la presentación desde el público, como espectador, como transeúnte triste o contento, dependiendo de la decisión del tribunal, digo, de la fundación para las letras mexicanas. No es que el tribunal nos lo imponga, si se piensa, nada puede imponérsele al pueblo, aunque, preveo, podemos resignarnos a ver a Felipillo con desdén, sin hacerle caso y esperar otros seis años. Yo también espero a conocer los reslutados de la beca; espero también las 19 horas para contemplar a mis compañeros realizarse; y espero que Uli no se suba a ese avión que la lleve a Alemania, aunque la decisión la ha tomado; ni modo, otra amiga a distancia. Las ideas cambian en mi mente sin un hilo que pueda ver, sin coherencia. Quizá el hilo es la incertidumbre, y cuando uno está inundado de ella, de incertidumbre, se pierde el foco y se habla por hablar, conducido por los nervios. Esperemos entonces, mientras, entro a una junta de trabajo que, como cereza, estoy dispuesto a comérmela.