10/28/2005

Es, el hipérbaton, un intercambiable juego. La metáfora es un aderezo. La hipérbole, una exageración. La elipsis, concisa. Metonimia.
---¿Cómo?
---Estaciono coches, de eso vivo. Nunca he apretado hasta el fondo de un acelerador y, a carretera, pues no he salido. Como.

10/25/2005

Camina; siente ansia de cruzar la avenida, al menos, eso parece, se desespera por llegar a la esquina; se detiene, inhala, expulsa una tos agitada, muda, seca, quemada; agacha su rostro, piensa, y lo levanta; y corre y sus piernas pierden coherencia pero no equilibrio porque avanza y hasta con los brazos en el aire y a pesar de la mirada estrecha no tropieza; ve, para, se detiene; aspira y, de tanto aire que lo atraganta, percibe un aroma en suspenso, denso, uniforme, un aroma a no sé. Un aroma. ¿Quién sabe? Y en ese pensamiento, queda.

10/19/2005

---Dime qué palabra de nuestro alfabeto, perdón, es decir, de nuestro vocabulario, querida, oye: te decía que qué palabra de nuestro léxico, claro, de nuestro español, ya sabes, ¿cuál palabra contiene las cinco vocales?, a, e, i, o, u.
---Has visto la lunota.
---Te digo, mi vida, que cuál letra, digo, cuál palabra tiene las cinco vocales; te hablo.
---¿Has visto la lunota de estos días? Vela, anda, vela.
---Sí, ya la vi. De hecho la contemplo mientras espero a que me respondas. Oye: te hago una simple pregunta y tú me preguntas si he observado a la luna. Claro que la veo, todas los días, bueno, todas las noches. Todas, todas las noches veo a la luna y sí, es cierto, estos días ha estado particularmente enorme. Pero contéstame.
---¿Auxíliote?
---Yo te estoy haciendo la cuestión a ti, es decir, perdón, yo soy el que ha formulado la pregunta, carajo.
---¿Entonces?
---¿Cómo? Entonces, no. Murciélago, carajo.
---Está lindísima la luna.

10/18/2005

Ayer una manzana maduró bajo mi garganta, o se inchó o, tan sólo refulgió.
El espacio fue insuficiente y su jugo, el de la manzana, tan granuloso y fresco y oloroso a manzana, escurrió y se distribuyó por cada vena, como aguda y soporífera jeringa en movimiento. El hueso fue escupido, y, el centro, digerido.
Otra manzana se gesta ahora en la boca del estómago que, como yo, tiembla y se rellena de escalofríos; y huecos y grietas por donde la adrenalina avanza y acaricia.

10/14/2005


Amo, aclaro, el pragmatismo que corrige lo espontáneo. Pero amo más, debo decir, la espontaneidad que corrige al pragmatismo.

(Deslindo a Braque de la frase anterior pues, creo, de haberme escuchado, me habría dado un sombrerazo de copa. Aunque, después de la primera guerra mundial, me llevaría a la antesala de la Bauhauss; yo, después de llorar por preferir a Klee que a Kandinsky, cedería. También existe la posibilidad, que es la que tú, que lees, piensas, de que Braque, o era Leger, fingiera no escucharme y seguir como si nada. O, también, puede ser que eso jamás ocurriera.)

También amo el ruido y el smog.

10/12/2005



Amo la funcionalidad que corrige lo espontáneo, amo la espontaneidad que corrige la función.
Y dad.

(Frase pirateada (o paráfrasis) a Braque, que entona con mi situación, que combina con mi atuendo y proyecta el alumbrado del camino)

10/02/2005

Atorado, con un forzado ejercicio dramático entre una sien y otra, me fui a la cama. Ahí, con la mejilla derecha en la almohada, la premisa comenzó a torturarme, luego el tema, la peripecia, el protagonista, la motivación, el objetivo; la baba comenzó a escurrir, la mente a tensarse y el cuerpo a relajarse.
Volví a mi primaria. Sentí de nuevo la tierra en la garganta y el poliester azul entre las piernas sudadas, y vi, dando vueltas y vueltas en torno al asta bandera, a la niña de los tobillos mordisqueables, envuelta en un halo de polvo vespertino. Me acerqué. Ella giraba y giraba con su mano como impulso, el cuerpo encorvado hacia atrás, su cabellera opaca y la sonrisa alocada; y los tobillos tensos, debo decir, más mordisqueables que nunca. Levanté el rostro y le pregunté cuál era su problema. Se detuvo. Mi problema es que, dijo, a pesar de que aquí crecimos, suspendió su discurso y luego me escupió y gritó y luego huyó hacia donde estaban los jueguitos: una resbaladilla y un pasamanos mal soldado; la vi esconderse en unos arbustos; seguí sus carcajadas. La encontré. Vi sus mejillas raspadas, ¿ves mis ojos?, me dijo, ¿ves estos ojos?, pues nunca los conocimos, dijo, y a pesar de que aquí crecimos lloramos igualito que todos, igualito a todos. Comenzó a temblar y me contagió las lágrimas. Desperté lleno de lagañas.
Quiero contar tantas cosas, pensé, tengo tantas cosas que decir. Después imaginé que la niña de los tobillos mordisqueables me ayudaba a derribar el pasamanos de la escuela; luego me señalaba el asta bandera y sonreía como loca.