11/30/2006

¿En serio se sienten apenados? A mí me da pena voltear y ver a nuestro país. Nuestro congreso no me da pena ni vergüenza. En verdad que me da risa, me carcajeo como nunca. ¿No? ¿Sólo a mí me parece jocoso el absurdo? Hay que tomarse en serio los problemas reales, no los viejos protocolos.

11/28/2006

Pobres de mis amigos: nuestras conversaciones son predecibles: mis tres temas recurrentes, en realidad son uno solo: yo. Aunque el mayor de esos temas recurrentes se ha convertido en una simulación para practicar, de mi parte, mecanismos narrativos, no escritos, hablados, que se sitúan en el presente histórico y sobre todo en el ingenuo postpretérito, que a mí me sirve como eso: como simulación del futuro, qué tierno. ¿Tiene éxito ese tema?: por meses la gente cercana ha estado al tanto, me llaman para obtener su nuevo capítulo y hasta hacen comentarios. Quizá sea la emoción con la que abordo ese tema recurrente, o porque me apasiona hablar de ello, o porque le da sentido a la vida cotidiana, o porque les preocupa mi grado de delirio. Por debajo de este blog esos tres temas, valga el lugar común, se han entretejido, se han cruzado, volteado a ver, se han abrazado, sumado y multiplicado; detrás de las comas estoy yo y mis tres obsesiones, que en realidad son veintisiete entre nueve. Todo eso es un pretexto para algo, fluye por un cauce, escurre hacia un sentido. ¿Cómo? Hace poco alguien me vio releyendo mis previous posts, nunca nadie me había visto dentro del blog; tuve que confesar mi obsesión por releerme, por cambiar de lugar las comas y luego volverlas a poner; me miró asombrado y luego dijo o no dijo: un reflejo de tu obsesión contigo mismo. Pensé en eso toda la tarde. Me releo porque me recuerdo, porque me creo que creo y entonces creo: me invento. Mis textos están dirigidos a alguien, a mi lector ideal, quien quiera que sea, y por eso cada coma me preocupa, cada idea; por eso de este blog chorrean mis tres temas recurrentes, si se le pone atención; parecida a la razón por la que cada quien camina como camina y habla como habla. Vuelvo a la reflexión inicial. Presiento que mis amigos esperan un nuevo tema de conversación, conozco a mi público, lo intuyo. Y al mismo tiempo me siento tentado a borrar todo esto: a escribir desde otra parte; las dos intenciones son bastante parecidas, quizá sean la misma. Entiendo: me he vuelto aburrido.

11/19/2006

Amanezco con líneas ya escritas en la mente, con palabras, con comas previamente acomodadas. Despierto en mi cama de niño, prendo la computadora, busco una foto, la encuentro y la veo, me inspira, abro el word y escribo. Oaxaca no está en calma, está triste, aletargada. Me preocupa. Ayer que bajé del autobús noté su alma apagada. La gente está ahí, en la terminal, arriba de los taxis, adentro de los negocios, camina por las calles, con su carne, sus huesos y sus voces, pero ausentes, despojados de algo, heridos de alguna parte invisible; todos, esos y aquellos, y los de en medio. Oaxaca pide a gritos una purga, no se contiene, y sin embargo, la contienen; pide arder, es la verdad, pide arder, pide resurigir de las cenizas, y, en la aparente calma, se siente frustrada; toda: esa y aquella, y lo de en medio. En el autobús, ayer, desde el cerro del fortín, vi a la misma Oaxaca de siempre, inamovible, bella, verdadera. No obstante el aire es distinto, denso, sus colores opacos, sus rostros asombrados. Veo de nuevo la foto que abrí, me levanto a servirme una taza de café y vuelvo, a escribir. Me siento lejos de Oaxaca, igual que cuando era niño, la siento distante, indiferente. Si después de este caos todo vuelve al mismo lugar, nada estará en su sitio, Oaxaca estará incómoda, forzada, estresada. Los lunes serán cada vez más insoportables, y el domingo, más agonizante. Cada grito será contenido en el pecho, cada golpe no dado: calor concentrado en el cuerpo, cada rabia: un apretón de dientes. La aparente calma la destruye por dentro. Esa sonrisa fingida que se empeñan en sostenerle, podría crearle una parálisis facial, o péor aún: cáncer. Cierro el word, bebo café, aclaro mi garganta, veo de nuevo la foto: es un graffiti, una barda de tantas en el DF del año 2000. Es horrible; la tomé porque quería guardar el momento, recuerdo: Acababa de salir de Oaxaca y en mi universo adolescente el graffiti significaba mi armonía con el mundo, con el presente, con el aquí y ahora en todas partes al unísono; y ese graffiti, el de la foto, cuando me lo encontré, me miró y me dijo: bienvenido al resto de tus días, no hay marcha atrás.

11/18/2006

Hoy, dentro del autobús. 7 horas de trayecto hacia Oaxaca. Me abordaron tantas ideas, mientras veía por la ventanilla, que me sentí verdaderamente un genio [¿Contra quién compito? Contra mí, quisiera creer.], saqué mi libreta y apunté todo antes de que se me olvidara, [esa revista, obra maestra, la novela que no es novela, la que sí lo es, ese cuento que son muchos, los muchos que son Oaxaca, ese otro con aguda dedicatoria, y el otro, y el otro que empujará a los moribundos, y el otro que será una luz, y un soporte a esa luz, y un guion para mí, y el juego de azar y el microdocumental y la obra de teatro sin tiempo, y ella y ella: el poema] y, mientras apuntaba, las ideas crecían y chorreaban, escurrían por el lápiz, incontrolables, geniales, arrogantes; abrumador, euforia, satisfacción: la cabeza sudada de un hombre enmarcada en una ventanilla a 90 km/h detrás de esta montaña, detrás de ésta otra, detrás de esa y la de allá; el espíritu contrito. Oaxaca estaba cerca, en la tierra; Andrei, en su esfera, dentro del humo que le mutila las manos, y las piernas.

11/06/2006

Este post no está terminado: ¿Y qué chingaos?, de todas formas lo publico; he dicho otras veces: debemos comenzar a apreciar los fragmentos incompletos, las versiones por encima del producto final:

Soñé que entrábamos a una galería en ruinas y, a juzgar por tu rostro ansioso, me mirabas esperando a que me gustara. Dentro de la galería, en vez de admirar una pared llena de cuadros cuadrados, en completa oscuridad vimos una multitud de personas, de pronto, como función teatral, el primer cuadro se acerca a nosotros, se trata de un señor de barba, aunque nunca haya visto una foto de Gombrowicz, te digo: es Witold Gombrowicz sin playera, trae un pantalón de viejo, es de mañana, estamos en su baño y, al parecer, comienza su día, se enjuaga el rostro con agua imaginaria, nos ve como si fuéramos su espejo, entonces, emocionado, se acerca demasiado a ti, se echa crema de afeitar en todo el rostro, te ve fijamente y saca su navaja, voltea hacia mí, soy su espejo, comienza a rasurarse de arriba abajo con una ilusión enajenante, sus ojos son mis ojos cuando pienso en el futuro, sin embargo, acelera el ritmo de su rasurada, parece poseído, se quita toda la barba y sigue de arriba a abajo, raspa su piel con entusiasmo, empieza a sangrar a chorros, aprieta su mandíbula, me ve con emoción, se rasura el cuello, se corta la yugular, la sangre me salpica y el rasurado Gomrbowicz sangrante vuelve a la multitud. Volteas a verme para ver que me ha parecido y, antes de que pueda abrir la boca, proviene de la multitud un segundo cuadro. Se trata del mismo Gombrowicz, ahora rasurado, que contempla de lejos a una señora toser y toser. La tos me perturba, también al recién rasurado; al resto de la multitud, incluyéndote, les parece de lo más normal, incluso a algunos les provoca risa; no obstante, suena tan angustiante, para mí, la tos, que comienza a atormentarme y, entre más atención le pongo, más fuerte es la tos, las flemas más amarillas se escurren al piso, más se retuerce ella, tose y tose a punto de morir ahogada, como si fuera asmática y tuviera un gato en la garganta, siento ansiedad, impotencia, quiero aliviarla, ayudarla, pero sé que es un cuadro, es ridículo pensar en pasarle un vaso de agua, en eso pienso y se tira al suelo a seguir tosiendo y retorciéndose y, a rastras, vuelve a la multitud empujada por Gombrowicz. El tercer cuadro se nos acerca, soy yo, me acerco a ti, te veo, me alejo, soy yo, me alejo, rodeo mi boca con las manos, estoy a punto de gritar, de mi pecho siento como el otro yo está a punto de gritar, siento el aullido en mi garganta, no quiero soltarlo, el otro yo de lejos me contempla, me espera, sabe que la decisión del grito está en mi garganta, lo suelto, antes de mi voz hay una grieta y por ahí se escapa el grito, el otro yo de lejos, se queda estático, sin poder soltar su emoción, te ve, se aleja, vuelve a la multitud y aplaudes y aplaudo. Como todo sueño, está sujeto a mi interpretación. Desperté y lo relacioné de inmediato con la conversación que tuve, el domingo pasado, con mi padre. Me preguntó cómo me iba en el amor; le contesté. Me aconsejó que dejara de agobiarme tanto por el futuro y que apreciara más el presente, que disfrutara, que diera todo ahora y no recular por el miedo al mañana. Disfruta, me dijo, deja esa pinche ansiedad, si entregas algo, hazlo por ti, y no por esperar algo a cambio, mañana se te devolverá por la misma u otra vía. Más que a mi situación amorosa, esas palabras, me aliviaron a varios niveles, incluyendo mis ganas de escribir. Por pensar en escribir el gran cuento, me quedo en el vacío. Creo que ese primer cuadro del sueño, en cierta forma, me ha propuesto escribirlo, transmitirlo. Lo único que se me ocurre es hacerlo cuento. Me propone crear ahora y no en el futuro, es decir, debo actuar sin pensar en la posibilidad de contradecirme en el mañana. La forma de quitarme esa ansiedad es, supongo, escribiendo. La ansiedad que me provocas es parecida a la de mi ausente obra. Así que me pareció una buena idea comenzar por escribir el sueño, convertirlo en cuento. De inicio suena insensato, sin embargo, se me ocurrió narrar las tres escenas aisladas, tal como las soñé, sin un hilo conductor, sin nosotros en la galería, sin la galería. Pero entonces surgió la pregunta: ¿qué quiero contar con todo esto? ¿Por que pensar siempre en una anécdota? Recordé que precisamente suespendí mis pretensiones de narrador por no haber obtenido la beca. Quizá es momento de abordar de nuevo esas ideas de narrar las variables que afectan el rumbo de un texto. Poner énfasis en el proceso y no en el producto final, como si los cuentos fueran embutidos, chingá. Quizá el problema es ese: que no son cuentos, sobre todo cuando hablo de transmitir emociones con retazos de otros autores. A veces pienso que no me dieron la beca por mis ideas de robar de otros textos. ¿Por qué en la música los sampleos se aprecian con maestría?, ¿de qué privilegios goza la literatura para que yo no pueda meter líneas de otros autores en mis textos, en mis textos? Pero a lo que iba es a que quiero que mi cuento se interprete como a un sueño, sin ser sueño, por asociación de ideas que, al leerse, viaje directamente al inconsciente del lector. Quizás en vez de escribir un cuento de mi sueño lo que quiero es contar la ansiedad por contar cuentos, sin embargo, mi medio para lograrlo, el que se me ocurre, es un cuento derivado de un sueño. Por otra parte, ¿por qué Gombro? Cuando leo al buen Witold Gombrowicz es como si platicara con un amigo que me conoce bien, tal vez, dentro de mi sueño, simboliza mis insensatas aspiraciones, no sé, tal vez porque acababa de leerlo una noche antes. En fin, Gombrowicz es el polaco que fue a Argentina por unos días y, al bajar del barco estalló la guerra y tuvo que permanecer, ahí, en Buenos Aires, como 25 años. Manuel Puig dice en una novela que un asmático no podría vivir en Buenos Aires. En fin, el buen Gombro es el que, al subir al barco que lo llevaría de regreso a su Europa, les gritó a los argentinos: Maten a Borges. Todos quisiéramos decir maten a Borges, pues es sagrado en nuestro canon literario, en nuestra aura latinoamericana, en nuestra idea de aspirantes a europeos, sin embargo yo no podría hacerlo, lo admiro, Pierre Menard y Herbert Quain son cuentos intocables. Witold sí, por eso lo meto en mis sueños, quizá por eso quiero meterlo en mis textos, es el desenfadado que se atreve a romper las convenciones, que actúa para que, al contemplarlo, podamos liberarnos de esos pensamientos distorsionados. Él insulta a Borges para que nosotros no tengamos que hacerlo y podamos guardarlo a salvo en nuestra corazón de lectores, nos desahoga pues. Gombrowicz es mi personaje que iría a Oaxaca a gritar no sólo fuera Ulises Ruiz, gritaría: Maten a Toledo, olvídense de Juárez, es momento de dejar atrás las simulaciones, ¿entienden lo que pasa?, a crear nuevos simulacros, es el momento de despojarse de los escombros y pensar que el futuro es más valioso que el pasado. Otra vez vuelvo a pensar en el futuro, pienso y pienso pero no escribo ese cuento. Hay que actuar ya. Tengo que escribir ese cuento. También influye el hecho de que Oscar haya escrito un buen cuento, me entusiasma, sinceramente, pero en algún nivel me obliga a escribir pues ya no sé si mi forma de pensar es una creación de su ficción o si su forma de ver la ficción es una creación mía; en todo caso, es una especie de alma amiga: a los dos nos aterra tanto parecer decadentes que preferimos ser gente ordinaria con trabajos ordinarios a intentar ser originales; por miedo a parecer decadentes preferimos, espero hablar también por él, nuestra obra ausente. Esa idea de adelantarnos, de pensar en el mañana, nos frena. Como si realmente creyéramos que la literatura tiene un mañana. El otro día, al colmo de aceptar nuestra poca creatividad y nuestra tendencia al plagio, o mejor, a la reproducción, a la reproducción, a la reproducción, y cediendo a nuestro impulso por parecer originales, decidimos crear una banda de rock que se llamara The Beatles, lo único malo es que no conocemos ni una nota musical y además tenemos pésimo ritmo, de modo que esa idea, como tantas otras, volvió al cajón. Tal vez fue nuestra forma de matar a Borges. De nuevo: esa ansiedad ¿Qué se oculta detrás de toda esta ansiedad? Qué tiene que ver la velocidad con el tocino, diríame el buen Gombro levantando su voz de seudo aristócrata. El caso es que Oscar comienza a actuar, a trabajar, y yo, puro pensamiento y nada de práctica. Al cuento. Trato de escribir pero no encuentro la unidad, sé que algo ata a los tres cuadros de la galería, sé que tú me llevaste a ese sueño por alguna razón, algo anda ahí: mi dilema es conocer si el embalaje se suscita en el tiempo, es decir, sucede una cosa y luego otra y los intermedios lo explican todo, o sí los intermedios no existen y entonces el cuento es la asociación de ideas que libremente hace cada lector, en cuyo caso, contaría tantos cuentos como lectores lo leyeran. ¿Cómo darle peso específico a esa idea, desarrollarla y organizarla en un cuento, cuando mi tiempo es el de un diseñador gráfico, un tiempo que nadie respeta? ¿Cómo darle forma con alusiones que no puedo extraer de mí mismo en toda su plenitud? ¿Con líneas copiadas casi textuales al diario del buen Gombro? Me quedo inconfeso, ante ti, y fragmentario, impotente ante el absurdo que me distorsiona.

11/02/2006

2 de noviembre de 2006. Cinco señores, es decir, ciudad universitaria de Oaxaca, le habla al mundo. Lo que faltaba. En estos momentos, mientras tecleo, jóvenes oaxaqueños defienden la autonomía de su universidad ante la "paz" que intenta imponer la PFP, mientras estos, la PFP, agreden sin distingo, ni cordura, ni alma, bueno, después de todo son policías. No sé qué digo. Mi solidaridad, desde acá, con ellos, con los universitarios, con mis coetáneos, mis compañeros de primaria, de secundaria, gente que ha pasado por mis ojos. Solidaridad con Radio Universidad. Organización. Si es que mi repudio existe más allá de una simple postura, manifiesto mi repudio a Ulises Ruiz, a la clase priista que a toda costa defiende su modus vivendi, mi repudio a la burocracia agachona y manipulada, mi repudio a sus mercenarios, sus porros y sus abogados. Yo, como alemanes, franceses, españoles, neoyorquinos y uno que otro mexicano, me solidarizo con Oaxaca, protesto contra este avance de la PFP, y pésima decisión de este gobierno, desde siempre, inepto; pido la renuncia de Ulises Ruiz, juicios políticos, y la ubicación de más de 60 desaparecidos. Lástima, las pinzitas de las que se sostiene este país, sufren un macizo martillazo.

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Sr. Smith.- Caimán.
Sr. Martin.- Vamos a abofetear a Ulises.

Diálogo de La Cantante Calva, 1954, de Eugene Ionesco.

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En Oaxaca, cuando era niño, recuerdo, estos días salía con mis vecinos a las calles a pedir muertos, no halloween, no para mi calaverita, en Oaxaca se piden muertos. Imagino hoy en la noche a una multitud de niños disfrazados, gritando: "Queremos muertos, queremos muertos". Desde la melancolía, pienso que todos esos niños, sin duda, hoy en la noche, comprenderán la diferencia entre lenguaje figurado y lenguaje literal.

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Indignación. La PFP se resguardó en el panteón general de la ciudad de Oaxaca para cubrirse de la resitencia y, para esto, descargó bombas de gas lacrimógeno sobre la gente que, nomás por no romper con la tradición, ahí se encontraba velando a sus muertos. Día de muertos en Oaxaca, cuánta redundancia.