4/30/2005

Otra vez hubo una persecución, sólo que ahora fue divertido.
El mundo es memoria, dijo él después de darle un enorme trago a su café. Con un leve manazo exigió una respuesta de su interlocutor, quien ya despabilado respondió: entonces la vida es un constante olvido. Un olvido constante, dijo el otro.

4/29/2005

El señor de los pollos es un tipo amable, cómico. Después de aquella tarde en la que comentamos, somera y llanamente, sobre el país y sus trivialidades, ha comentado que debido a mi peculiar forma de decirle, e incluso convencerle de que ha estado equivocado toda su vida y que es un tipo iluso e intolerante, tratará en lo posible de disfrutar cada una de mis desdichas, pedirá a algúno de sus inservibles, según yo, santos, que me tropiece alguna tarde como aquella, que mi piel rompa en sangre y mis arrogantes sesos se desparramen y compongan un bello mosaico. Por lo demás, dijo, es usted bienvenido y tendrá descuento vitalicio en esta su pollería. Mis puertas permanecen abiertas en señal de gratitud, respondí, bebí un trago.

4/22/2005

Así lo quiso, me parece. Eusebio, viejo lerdo y artrítico, decidió pegarse a las paredes que conformaban su, olor a ajenjo, morada. Se propuso sentir el frío del muro, de la cal, de los noventa grados. Al principio fue de espaldas y sentado. Más tarde, con el aciago y, en sus palabras, desgraciado tiempo, fue de frente y sólo cambiando la mejilla de lado: derecha, luego izquierda. Su peculiar obsesión por las, sabor a valeriana, paredes que envolvían su existencia, se debía, según yo, al exceso de éstas.
De esta forma lo encontró el menor, y coincidentemente único, de sus hijos, después de días sin comer –ejem-, del hijo, pues el viejo a pesar de no separarse del muro, siempre siempre, se las ingeniaba para llegar hasta la cocina, refrigerador, alacena o puerta de vecina.
Decía pues, me parece, que el hijo había llegado en pos de unas migajas. Sin embargo, el viejo fue contundente al exclamar que qué clase de tipos había criado, carajo. Cómo es posible, gritaba, que en tantos años no pudiera el único despegarse del muro paterno. El hijo, indignado pero sorprendido, cerró la puerta y lo abandonó.
Qué será del viejo, se cuestiona cada noche. Que será de su cuerpo por sus, sabor a pistache, muros. Qué será de su vida, de su muerte. Qué será de su único, enfermo y desgraciado, olor a ajenjo, hijo.

4/19/2005

Pienso, bebo café; abro la ventana, a media noche, de mi cuarto y el valle es un obstáculo generoso, terco y exuberante, que abraza y abrasa y ciega la, "primero Dios", nostalgia del porvenir; amarra la garganta y estalla en moronas de intemperie vagando, mendigando, rengeando por ese mismo valle. Bebo, pienso, café cierro la ventana, de día, de mi valle. Pienso. Abrasé. Ábrase ventana y silencio: azótate contra la pared.

4/16/2005

Nadie ha ido al zoológico, nadie ha ido este domingo. Nadie vio a la jirafa. Nadie vio la nuca de la iguana asolearse. Nadie este domingo, vio a una hiena enmascararse; nadie vio, este domingo, por favor, nadie vio este domingo al elefante avergonzarse por la vida, por la ruina del mono.

4/14/2005

No usurpa la madrugada aquel que roe su amor,
aquel que conoce de cerca la risa de la hiena, la cama
[sin orillas del moribundo,
la ratonera donde los aspirantes a reyes colocan su angustia
[como un pedazo de queso.
He aquí mi parte en este festín de polvo,
en esta llamarada donde me quemo los dedos al escribir
[dudando lo que digo,
temblando por no hundirme en el sopor de ciertas palabras
[que me llegan al cuello.

He aquí mi parte, he aquí mi parte en este esfuerzo
[por destetarnos de la muerte,
por bebernos el agua en otras circunstancias, de otra historia
[donde la ocisidad es bien intensionada.
He aquí mi parte, ahora que la ciudad empieza a hacer hablar
[sus vertederos,
en mi alma se ha echado un animal tranquilo y melancólico.

(fragmento de RAGTIME, de José Carlos Becerra: Villahermosa 1937-1970)
Ideal para estos días.

4/06/2005

¿Qué dices Luis? ¿A ver, qué te pregunté? Dice extrañada, ingenua, ella, la madre. Sí, dice Luis, eso quiero. No, dice ella, te pregunté: qué quieres ser cuando seas mayor -sonrisa maternal-. Sí, dice él, yo quiero ser semáforo. No, dice ella, le acaricia el pelo, le limpia el sudor. Él: sí; voltea a la ventanilla del microbus, ve un semáforo y suspira: yo quiero ser semáforo. Estás bien loco dice ella, disimula una risa, en su mente pasa la idea de un hijo semáforo, por un momento imagina las ventajas de ser la madre de uno, sonríe y repite: Luis estás loco. No, dice él, quiero ser verde y brillar, y también quiero ser rojo, quiero cambiar de color; y quiero, ma, quiero que la gente me obedezca. Silencio, calor, cláxones.
Yo en el asiento de atrás, con la boca abierta, memoricé sus palabras y después volví a mi lecutra. Bien dicen que la verdadera lucidez está en la infancia; me pregunto qué quería ser yo de niño, ah sí, yo quería ser globo terráqueo, ¿verdad ma? A lo ancho ahí la llevo.

4/05/2005

Sí, yo decidí salir, decidí sudar. Es abril. Sudo, sudamos, sudaremos. Compro en la esquina una botella de agua. La gente se empapa en su sal. Bebo; pienso en volver a casa. Un momento, argumenta el tendero no he pagado. Bañados en sudor esperan su turno en la caja. Busco, introduzco la mano en el bolsillo, me ofusco. El sudor, la bruma en la mente. Encuentro el par de monedas y la gente desespera, se seca la frente. Pago. La fila avanza, los fierros enrojecen, el aire sofoca, asfixia. Bebo.