9/30/2005


Uno se asoma tanto a la ventana que, de pronto, quizá sin saberlo, se le pierde el entendimiento. O es el gusto lo que se diluye. O es la emoción la que se escapa. O el estómago el que se revuelca. El horizonte, en términos estrictos, no existe en esta ciudad; es imposible, no me había dado cuenta: fijar el pensamiento a tal figura bonachona (el horizonte). Uno, aquí, se sube al techo, y en vez de sentirse un inspirador cuadro del s. XIX, se sienta en un lavadero, se contempla el tanque de gas y se imagina, algunos fuman. ¿Cómo entonces inflar el pecho y aventar melancolía cuando uno no puede, ya sin más, contenerla? ¿Cómo despojarse de agobios sin aire fresco, sin olor a anafre, sin kilómetros enteros para atravesarse en silencio? Puede ser todo esto el pasado. Lo posmoderno son tantas cosas, tantos fragmentos, tantas mentadas de madre al mismo tiempo. Para pensar esas cosas, pienso, mejor no asomarse a la ventana; mejor abro un libro de Hal Foster dispuesto a creerle.

9/23/2005

Lucio es un amigo que quiere ser artista. Me lo encontré, fue coincidencia, en el centro de la ciudad mientras repartía jugo de naranja a personas que, según él, lo necesitaban; y sostenía una pancarta que en vez de ostentar un precio decía: La Vida es una Naranja.
---La vida es una Naranja---, me dijo.
---Entonces no meteré más mis manos al bolsillo, Lucio ---le dije---. No las guardaré.
---Además te ves mal y los gajos son para escupirse.
---¿Para escupirse, dices? ---dije.
---¿Por qué siempre reaccionas?
---Bueno, Lucio, creo tener cerebro, creo tener cerebro.
---Lo importante es el proceso ---dijo con ojos tiesos---, exprimir.
---. . .---callé.
---Los gajos son para escupirse. Bebe el jugo.
Me ofreció un vaso de su charola. Inmediatamente después se puso a gritar auxilio, auxilio, este hombre me roba. Pobre Lucio, pensaba yo mientras huía, siempre termina estridente. Bebí.

9/19/2005

En el sillón me reclino, cierro los oídos y contemplo una telaraña, espesa, colgante, pesada tela de araña en la esquina superior encuadrada. Hemos sido quinientos, mil, millones, mil millones quienes hemos tenido esta certeza a traves de los tragos del tiempo ebrio. O, mejor dicho, hemos padecido este anonimato cruel, esta tragedia moderna introspectiva domestica que zarandea; surge un cuestionamiento y, como sabemos, se multiplica, es una germen que se potencia: ¿Qué hace ahí esa telaraña? ¿Desde cuando no paso la escoba? ¿Desde cuando no he salido a buscar trabajo? ¿Por qué dejé la escuela? ¿Por qué fumo mariguana? ¿Quién me dio a luz? ¿Qué es Dios? ¿Cómo concibe alguien el big bang? ¿Cómo? ¿Cómo concibe alguien a Dios? ¿Por dónde me escapo? ¿Por qué pienso, por qué no mejor me meto un balazo? ¿Por qué no he comprado una pistola?
Abro los oídos, entran dos cláxones, me incorporo y en mi regazo contemplo un plato colmado de palomitas. A través del velo de polvo identifico mi sonrisa reflejada en la pantalla del televisor. Lo enciendo. Sonrío, me carcajeo, veo una garganta. Cada rostro es una mano entumida que pide o enterrarse en el concreto o estrangular al culpable de las sombras proyectadas. Los cuestionamientos se diluyen. El anonimato se vuelve una roca gritona, una telaraña en forma de ancla. Mi dentadura tiembla y se hace dueña de un puñado de palomas.

9/16/2005

A mí me intriga el semáforo. Dónde fue, quién, a quién se le ocurrió el mecanismo. Nos coordina, dicta el flujo de variadas existencias, maneja con atropellos y trabas; pero maneja. Conduce a grandes segmentos de humanidad, controla patrones de movimiento, manipula destinos. El efecto es igual para todos, no hay duda:es el brazo que nos golpea, o la caricia, o la manos que nos acurruca. Verde, avanza; por qué abalanzarse, por qué enajenarse con el tono tranquilo, por qué aventarse en pos de continuidad, en pos de velocidad con el color de la calma. Que es una paradoja, no hay duda: hay que reír, hay que disfrutar de la ironía. El hecho es que estamos acorralados, coordinados por combinaciones matemáticas, espero, y por nichos luminosos sin más lenguaje que tres signos, digámosles señales. Rojo, verde, amarillo, rojo. Nos desespera el primero, nos impulsa el verde, nos advierte el otro y nuevamente el rojo nos contiene. Contiene el rojo y después de cada punto, en que se detiene este discurso, se vislumbra la verdadera preocupación. Ansiosos.

9/12/2005

esporas ligadas
a tu voz
avanzan
a través del enhiesto silencio
hacia el mío

efusivo, veloces alfileres
atraviesan por los poros
dotados de aroma
y de aliento
hacia el mío

se adhieren
botan por las grutas del anhelo
vibran
vibran
vibran
la dicha controlan
y contraen
hasta que un bello brote de saliva
avienta la frase temblorosa
la aguja que remienda en tu conciencia
y a tu subconciente
hacia el mío

y mis pasos
entonces
igual que mis palabras
avanzan hacia ti

y se desvanecen