1/09/2005

Una nube lo cubrió del sol. No tuvo que entrecerrar los ojos para escudriñar el horizonte. Pensó en sus manos sudadas y un bostezo furtivo le recordó su palabra extraviada. Ese sonido que proyectaba el rostro afable que ahora no estaba. Ese sonido con ojos de delirio, de estremecimiento solo, de luna retorciéndose en las sabanas. Pensó en sus mejillas humedecidas y, agachándose, tomó un puño de tierra, áspera como una súplica, que llevó a su boca, hasta su lengua, a su garganta, esófago, panza. Su paladar era ahora pastoso. Volvió a llevarse otro puño de tierra, sin erguirse, hasta su boca. Otro. Y otro. Se levantó, después de una sensación de dolor en el estómago, y comenzó a escupir hacia el aire. Así pudo probar, gracias a la gravedad, su propia saliva enlodada y la desgracia por la que había perdido su palabra.

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