6/22/2005

Curanto y cerveza casera, espesa y negra. Bosque. Árboles enormes que se abren a mi paso. Terracería, lodo y un mapa manchado. Conmoción, tremenda y soporífera conmoción. La realidad, la insignificancia y, casi al mismo tiempo, grandeza, conquista de algo inexplicable, inasible, paradojicamente inadjetivable; el rostro quemado por la nieve. Kilómetros. Asma controlada, aguantada, una subida interminable. Por fin el asfalto. Respiración difícil, piernas entumidas, silbato en la garganta. Sudor, pero frío; hasta el hueso. Un kilómetro, angustiantes pasos hacia arriba, hacia el punto panorámico. Pasos, pasos. Jadeo. Pasos, pesados pasos. Jadeo. Silbato agudo. Garganta. Pasos. Frío. Metros. Bajada estrepitosa, anhelada. El corazón bota y a través de inmensos arboles se contempla el lago. El lodo entrañable permita un noble avance, por atrás las heladas montañas; de frente la niebla y el ocaso, bullicio, autobuses y una marabunta de adolescentes que se toman la foto para sus madres; yo también tengo madre, pienso, me detenego, pido un agua con gas, toso irremediablemente, aviento aire nostálgico por la nariz, siento el vapor que emana de mi cerebro y toso. Señorita, oiga, señorita: puede tomarme una foto aquí. Sí, con el Llao Llao detrás. Toso, mi garganta guarda cascajo, una llanta quemada y fierros oxidados, me duele. Click, estoy satisfecho.

No hay comentarios.: