12/20/2006

¿Qué hora es mamá? Las 9 y media, grita. Mierda, grito yo, tengo que estar a las 10 en el centro. Tengo mi desayuno con exnovia, con primer amor en serio. Salgo medio crudo de la casa, corro hasta la esquina, agarro un taxi, y adentro, sudando, visualizo: llego al restaurante, la veo, la beso y le digo: hola, de lo que te has perdido, maldita. No, mejor no: llego, la veo sentada con aspecto triste, me ve, se levanta y me dice: hola, ¿cómo estás?; y yo: estoy hecho un chingón, ahorrémonos eso y besémonos. No, mejor: llego, me siento a su lado, y ella: hola Andrei, gracias por invitarme a desayunar; y yo: hola exnovia, gracias por partirme el corazón, mira nomás, quién iba a decir que es lo mejor que alguien ha hecho por mí. Mucho mejor. Oaxaca es una ciudad pequeña, no da tiempo para muchas reflexiones: llego, bajo, pago, entro con el pecho inflado y una postura seudo militar, la veo de espaldas, qué bien, pienso, me acerco, la saludo y voltea: Hola Andrei, qué gusto verte. Mi cuerpo vuelve a su postura natural, la beso: Hola, qué guapa estás. Nos sentamos. Es el ejercicio, me dice, me convertí en bailarina, ¿sabías? No, no lo sabía. Sí, siempre fue mi sueño, más o menos desde que te fuiste regresé al ballet y a danza contemporánea. No me acordaba que ese fuera tu sueño, le digo, te ha sentado muy bien. ¿Y tú?, ¿qué haces?, ya me imagino, me dice: has de ser toda una joven promesa oaxaqueña en la capital. Ah, pues trabajo. ¿Y qué haces? Diseño. Qué emocionante. Pues no, no mucho, de hecho ahora lo siento tedioso. Pero seguro perteneces al glamour y estás siempre en fiestas y ganando concursos y dinero y en inauguraciones y todo eso. Pues no, algo, poquito. Bueno, eso no importa, lo importante es lo que tu quieres: ¿qué es lo que quieres? Eso: glamour, fiestas, concursos, inauguraciones. Ríe ella. Es en serio, le digo. Pues bueno, lo estás construyendo, ¿no? ¿Cómo puedo saberlo? Pues no sé, me dice, este año cómo lo recordarás, de qué te sentirás orgulloso. Déjame pensar, le digo, pienso y respondó: casi termino La Montaña Mágica de Thomas Mann. ¿Ese es tu mejor logro? Pues de eso me siento orgulloso. No te imaginaba tan básico a estas alturas de la vida. Es que no has leído a Mann, le digo, ¿cómo me imaginabas, entonces? Pues no sé: tú hablabas, soñabas, y yo escuchaba y ahora que veníamos a desayunar estaba segura que ibas a estar sonriente, realizado, se supone que te fuiste al de efe a triunfar. ¿Y qué significa triunfar? Para mí triunfar es poder bailar y tener mi negocio, pero para ti, según te recuerdo, todo soberbio por cierto, era algo más grande y absurdo, tenías ideas raras de reconocimiento, querías lograr lo que Klein, que te aplaudieran por tirarte al suelo o su equivalente. ¿Ah, sí? No lo tengo claro, me dice, el caso es que querías realizar sueños extraños, burlarte mientras eras reconocido. ¿En serio? Sí, yo veo que no estás bien en función de cómo te dejé, te veo desilusionado, triste. ¿No estoy bien en función de qué? A los 18 años eras una persona más interesante, ahora parece que respondes por responder, sin pensar en lo que estoy diciendo. ¿En serio? Ríe ella y luego dice: nunca imaginé, tú, Andrei, que algún día me dirías que lo que haces es tedioso, tú siempre estabas entusiasmado con lo tuyo. Es cierto. ¿Y entonces? No sé, el trabajo es el trabajo. ¿Sabes?, me dice, en esencia eres el mismo, ahora lo veo, eres inseguro; puedo apostar a que te va bien, y aún así estás deprimido e insatisfecho. Respondo: hace dos o tres años grabaron un guión a medias mío y le fue muy bien, no puedo decir que no me han publicado, la verdad, tengo varios cuentos, a algún tipo de gente le gustan, y en diseño gané cositas, me empezó a ir bien, gano dinero y ahora me alcanza para vivir solo en una casa sin puertas que tiene una escalera para subir y luego bajar. ¿Qué? Que no me ha ido tan mal, le digo, es la verdad. Suena muy bien, ¿ya ves?, ¿por qué estás triste?. ¿Estoy triste? ¡Sí!, qué piensas hacer para no seguir en ese tedio. ¿Quieres que renuncie? Pues no precisamente, pero lo tienes que resolver, ¿vas a dejar que pase el tiempo de esa forma sobre ti, con tedio?, ¿qué proyectos tienes en mente? Muchos, soy un chingón. Pues hazlos. ¿Cómo? Hazlos. Pues sí, pero ¿cómo? Hazlos, cuéntamelos. Terminar de leer La Montaña Mágica, al menos. Ríe ella. ¿Qué van a pedir?, pregunta el mesero. Los dos vemos la carta. Para mí es ilegible, no entiendo nada, no veo nada en la carta, no veo nada en el camino. Mientras ella pide, imagino la montaña mágica detrás de ella con un sin número de obstáculos y hasta arriba, desenfocada, lleno de bruma, nada claro, una bandera que dice: de aquí se lanzó Klein; abajo, yo, bastante nítido, con la carta desplegada: menú del día: diseñador con tedio y ansiedad, bañado en salsa de inspiración y nostalgia. Yo unas enfrijoladas con tasajo, digo, por favor. Se va el mesero. Supongo que protagonizo la novela de mi propia montaña, aunque no mágica, la novela de ese recorrido, esa que narra los obstáculos que apenas distingo, la novela que desde arriba de la montaña, algún día, vislumbraré: la novela de un oaxaqueño en el de efe que trabaja en su oficina, como diseñador gráfico, mientras sueña con escribir a partir de lo ya escrito, un diseñador que regresa a su casa sin puertas con escalera que sirve para subir y luego bajar, que imagina ideas de otros a través de sus obsesiones, ideas que vuelan y él atrapa con alucinaciones y alusiones y traumas anotadas, y que se prepara cafés como si estos lo inspiraran y le sirvieran para vislumbrar la creación que le otorgue el reconocimiento, al menos, de su primer amor en serio y que, precisamente, para lograrlo, se trata ni más ni menos que de ser feliz, de sentirse satisfecho con su creación. ¿Entonces?, pregunta ella. Pues sí tengo ideas, le digo, a veces pienso que no tienen razón de ser y aún así, me empeño en darles vueltas. Es que sí tienen razón de ser, dice ella, son tus imaginerías, ¿qué seríamos sin ellas?, y ella misma se responde: seríamos exactamente iguales. Silencio. No sabes lo contundente de tu frase, le digo, me has dejado atónito, ¿sabes?, ahora que lo pienso: lo único que sigue sobre la marcha, sin trabas, es mi blog. Ahí está, dice ella. Le tengo mucho cariño. Claro, ¿de qué se trata? El tema soy yo, yo distorsionado por algunas licencias literarias, le digo, tú aparecerás distorsionada, este desayuno tiene que estar, sin duda, distorsinado para darle fuerza a algunas ideas que quiero transmitir, será la conversación más larga de mi blog. Qué orgullo, dice ella, lo visitaré y, en alguna medida, no volveré a ser la misma, ¿ves? Claro, le digo, ahora está un poco en línea con el conflicto de Oaxaca, pero pretendo ser un poco más universal, ya lo leerás. Oye, es cierto, ¿cómo ves todo esto de Oaxaca?, me dice, he leído a tu papá por cierto, estoy muy de acuerdo con él. Lo siento, le digo, veo que ya no seguimos la acción de mi trama personal ni descripción de ningún personaje, supongo que en este momento tendría que cortar el relato. ¿Pues qué quieres?, me dice, ¿que hablemos de ti en todo el desayuno?

No hay comentarios.: