10/18/2006

Este domingo tuve que ir a la oficina. El taxista cobró treinta pesos y yo sólo tenía un billete de cien. (Los domingos me despierto a las once de la mañana. Me tomo un café, hojeo revistas, leo y, a las doce, si juegan los pumas, veo a los pumas, si no, sigo leyendo hasta que me agarre de nuevo el sueño.) No tengo cambio, dijo el taxista. Qué pinche sol, dije yo, ¿qué?, ¿no va a cambiarlo? No puedo bajarme de la unidad, dijo él, cámbielo aquí en el vips. (Luego me gusta salir a caminar, por lo regular en busca de comida, los domingos las calles de mi colonia están solas; tal vez por eso me agrada.) Bajé encabronado del taxi, ¿me cambias este billete?, le dije a la cajera. No tengo, respondió con una sonrisa, además tendría que consumir. Salí del pinche vips y me topé con seis dark vaders que me saludaron. Saludé, ¿tendrán que me lo cambien? Ninguno hizo caso. (Algunas veces ni siquiera tengo hambre pero mi cuerpo me pide caminar, camino, camino por la sombra, por el pavimento y pienso en qué hacer por la tarde.) Regresé con el taxista y le dije: nadie me lo quiere cambiar, qué pinche sol hace, ahí palaotra, ¿no?, ¿cómo ve? El taxista, que cantaba a todo volumen el cubo de caló, le bajó al estéreo y dijo: ahí en el office, miré. Carajo, grité hacia mi estómago acalorado. (Así que después de caminar vuelvo cansado a mi casa, pongo la mesa y como de lo que haya encontrado, que casi siempre es un pollo rostizado, termino y veo hacia la pared.) El sábado en la noche había visto una obra de teatro: el miedo a los golpes; no sé que tenga que ver pero al momento de ir hacia el office max, unos diálogos de la obra cruzaron mi mente y me eché a correr al estacionamiento del edificio, con el cubo de caló a todo volumen al fondo, para mover el cubo basta ya, me escondí y luego subí a mi oficina. (No veo la tele, quizá me acuesto en la cama a ver la pared, me preparo un café y, casi por lo regular, me levanto para ir al cine o dar vueltas como idiota en alguna plaza.) Terminé lo que tenía que hacer en la oficina y apareció un temor raro: ¿y si bajo y ahí sigue el pinche taxista y, mientras canta la del pinche capitán, me cobra setecientos varos? Ya ni siquiera con el de cien me alcanza, pinche cajera del vips, pensé, me lo hubiera cambiado, pinches dark vaders, pinche capitán. Decidí no salir de la oficina hasta más tarde. Dos horas después el temor se multipilicó, pinche taxista, pensé, a estas alturas ya han de ser mil pesos y lo peor, el tape de caló ya debe haber terminado; así que una de dos: o ya puso uno de los hombres ge, o lo está escuchando por tercera vez y cada que escucha el rap del cubo, se acercenta su rabia y fortalece su espera. (Regreso entonces del cine o de caminar como idiota, me vuelvo a acostar en la cama, pienso en la dura semana, me resigno a confrontarla, a la semana, comienzo a desear que un nuevo domingo aparezca por las sábanas y, con toda tranquilidad, me duermo.) Pasó otra hora y pensé: cuánto le deberé ya a ese pobre taxista; debería estar de regreso en mi casa, recostado leyendo, o con los pumas corriendo por la tele. Bajé y, sin ver, corrí, corrí hasta llegar a la cineteca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

por qué no en microbús?

Anónimo dijo...

es cierto ¿por qué no en microbús? me gusta tu blog aunque pretensioso andreiasecas.
Saludos!!!

el andrei dijo...
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Dekstller dijo...

Ok. Me hiciste reir mucho, aunque te tardeste mucho en subir a tu oficina, aunque nunca estuviste seguro de hacer lo que hiciste. Eso me recuerda que me debes una bufanda.