6/05/2006

Puente de primero de mayo. Parte III

Domingo en la mañana

Imaginaba a Tepoztlán como un lugar místico, lo imaginaba ideal para concluir ciclos, como una gran concentración de energía. De plano no lo imaginaba como una extensión del de efe, con más sol y menos tela. Sí que lo imaginaba un lugar caluroso. Pero no lo imaginaba, subrayo, como un tianguis dominguero más, aunque sí como para refrescar la monotonía, para mermar el cansancio y el gris rostro de oficina.
Pensaba en esto mientras caminaba, ¿con ellas?, mejor diría al lado de ellas, como autómata, paso a paso sin reclamo, silencioso, obediente. Ellas eran felices, o bien fingían estarlo, pues a cada puesto que avanzaban, o retrocedían, emitían ruidos de ánimo, miraban, tocaban, se entusiasmaban y volvían a avanzar, o a retroceder; su alegría, es la verdad, me tranquilizaba; mientras las miraba extrañado y me apretaba la nariz, pensaba o pienso: después de todo estoy con ellas porque, al contemplarlas, sonrío. Claro, ese era el objetivo del viaje: pensar mientras me apretaba la nariz, y mirarlas felices y sonreír.
Pensaba también en eso mientras caminaba como, como ya decía, como autómata. Las veía comprar y apreciar los puestos, deseaba hilar una conversación, deseaba escucharlas, deseaba un taco de algo y también sentía, al cerro, desde allá, sabio, lo sentía observarnos pequeños e ingenuos ante él, deseosos de conquistarlo y de tomar cerveza.
Pensaba en eso último cuando ellas dijeron: vamos a echarnos un taco o algo. Yo dije: qué bueno, ya era hora. Ellas rieron enteradas de mi hambre y conocedoras de mi desesperación. Y remataron: sí, y luego volvemos a los puestos. Sonreí.
Y la verdad es que cedo ante la presión. Así se demostró en el expendio de quecas. Un señor de bigote y sombrero puso una bolsa de galletas frente a mí. Yo la tomé sin pensar y no tuve de otra que escucharlo: vendía esas galletas para no sé qué y que costaban cinco pesos y que se los diera; y luego tomó la bolsa. Presión. Pude haber dicho que no. Pero no pude. Ya tenía al señor encima de mí, esperando mi reacción. Nadie me veía, nadie podría juzgarme, así que, para liberarme de esa presión de sombrero y bigotes, decidí meter la mano derecha a mi bolsillo. Presión. Uno dos tres cuatro, sí, sí tenía cinco pesos, cinco monedas mojadas por el sudor de mi ofuscada persona. Pero no quería soltarlas. Pude haber dicho otra vez que no, pude haber resistido a ese embate. Presión. No sé qué cosas dijo sombrero bigotes que ni escuché ni entendí, pero que me hicieron enseñarle las monedas y mi rostro asustado. Sombrero bigotes soltó de nuevo la bolsa en medio de mis manos, tomó el cambio, habló de futbol y rió, rió burlonamente. Yo sonreí, dije sí sí y gracias. Cuando lo vi alejarse, sentí un extraño alivio y unas bolsa de galletas entre mis manos. Esperaba que ellas no hubieran visto ese rasgo de mi carácter, esa vergonzosa debilidad. Pero no fue así, qué remedio, pensé, otro elemento más para alimentar mi sentido del humor. Unas ganas inmensas de subir ese cerro se apoderaron de mí.

Domingo en la tarde

Terminamos los puestos y fuimos a comer y a tomar esa cerveza prometida. Después de comer, por fin dijeron: ¿vamos a subir el cerro? Sí, grité, sí, hay que subirlo. Unas de ellas dijeron: ¿qué no vinimos a tomarnos unas chelas? No, dije yo, vinimos a subir ese cerro. Otras dijeron: sí, a cargarnos de energía. Unas: no, vinimos a relajarnos. Otras, sí, cerro; unas, no, chelas; otras, sí, cerro. Lamentablemente hubo una escisión. Yo, obviamente, me fui con las que se dirigían hacia el cerro.
Empezamos con mucho ánimo, confiados en nuestra voluntad de hierro. Sin embargo, a medida que subíamos, el sudor lo oxidaba, a ese hierro. La velocidad de nuestro entusiasmo disminuyó y el grupo se desmoronó como se habían desmoronado mis galletas insípidas. Paulette iba hasta adelanté con su ritmo acostumbrado, con la misma velocidad y determinación que utiliza hasta para analizar un texto. De cerca la seguíamos Regina, que subía cada roca empinada como si fueran almohadones, y yo, cuyo cerebro punzaba y cuya garganta exhalaba humo de llanta y un gato cada vez. En poco tiempo llegamos a las escaleras finales, nos detuvimos a descansar un poco. Yo, con la mente apretujada, la voluntad aletargada ante el tepozteco, el cuerpo agotado, enrojecido, sudado, enlodado, y con un silbato terroso por laringe, decidí no subir más. Me rindo, dije. Paulette volvió a caminar. Regina dijo no manches. Mis piernas entumidas vieron los empinados y numerosos escalones con agobio, pero mi voluntad volvió del letargo y las movió, a las piernas, y subieron escalón tras escalón. Inhala, exhala, pensaba, uno, dos, gotas de sudor sobre la tierra, tres, cuatro, sudor por todo el cuerpo, calor en cada músculo, uno, dos, piernas entumidas, inhala, exhala, tres, cuatro, garganta seca, taquicardia, uno, dos, la cumbre cada vez más cerca, la conquista, tres, cuatro, taquicardia, la cima, tos, la cima, el último escalón, la cima, calambre en la pierna derecha, dolor y la mente en Austria. Abrí los ojos y mi cuerpo yacía encima del Tepozteco, mi cabeza estaba mojada y cubierta por el suéter de alguien, Paulette me daba masaje en la pierna acalambrada. Mi vista nublada comenzó a aclararse. Ya habían subido también Ira y Marisol, rojas, tomaban agua como si nada, y yo, todavía en Austria, pero en plena segunda guerra mundial. Gracias, le dije a Paulette, tomé del agua que me ofreció y me levanté con el cuerpo frío y adolorido. Caminé hacia donde hubiera una mejor vista, sentía la cabeza pesada por el suéter mojado que la envolvía; sentía los músculos entumidos, la garganta enlodada y el pensamiento acalorado, ardiendo. Un ventarrón, justo al llegar a la orilla del aplanado, me refrescó el cuerpo y la memoria. El ventarrón me envolvió en una especie de vapor que emanaba de mi cuerpo y se dispersaba recuerdo tras recuerdo hacia el paisaje, sin poder apreciarlo con nitidez. Recordé que no subí al Tepozteco, que tuvieron que jalarme Paulette y Regina después de mi calambre. Recordé una frase que me dijo el escritor ermitaño de mi Austria onírica: las distancias físicas son hechos concretos, por eso despierta y ríete de mí con saña, como loco, como yo me río de ti ahora, y después toma un mazo. Recordé las frases que escuché de Lula y José Luis, que aunque no fueron con saña, también me habían despertado. Recordé al señor sombrero bigotes que me había hecho comer galletas insípidas. Recordé el frío en mi espalda y el pan que sabía a jabón y a mi padre enfrente, sin abrazarlo. Recordé a Estrella y su ansiedad por encontrarse en la situación óptima, recordé la cerveza con vino, y mi presencia en ella. Recordé al fuego exiguo, que a veces es intenso y acogedor. Recordé al túnel casi sublime y al coche mágico absurdo; y al irlandés que acepta con pena haber leído a Joyce, y al español fanático de los sesenta; imaginé la distancia a la que se encuentran de cuando tenían mi edad, y no sólo la distancia física o temporal. Y una vez más pensé en el escritor ermitaño y en su frase sobre la distancia física. Y recordé el olor de una cabellera en una madrugada friísima y pensé en la dueña, y en lo bella que se ve también con el pelo amarrado, y en lo bella que se ve de todas formas. Recordé mi nueva casita y su escalera que es para subir y luego bajar, y en ahora. Y entonces recordé que mi vida está en mis manos y creí que era el momento oportuno para pedirle un deseo al cerro, como dice la tradición, pero algo me dijo que no, que es lo que quería decirme, que los deseos no se le piden a un cerro viejo, como él, sino que sólo hay que estar atentos a lo que en la cima tienen que decirnos; y entonces mis ganas de bajar fueron enormes y el ventarrón se disipó visible a mis ojos, concreto, concreto como las distancias físicas, concreto como el valle tepozteco lleno de ejidos, concreto como la carretera por donde llegamos y han llegado muchos, concreto como este texto, concreto como el muro de concreto que derribaré con mi mazo. Volví hacia donde estaban y las abracé sin que se dieran cuenta de la importancia de ese instante. Nos tomamos una foto. Bajamos, me quité el suéter húmedo que refrescaba mi cabeza y otro matiz se incrementó a mis sentidos.

Lunes todo el día

Duermo.

No hay comentarios.: