6/19/2006

Hubo una tarde en que, del centro, en donde siempre echaba la hueva después de la escuela, fui con unos amigos al cineclub que está cerca del andador turístico de Oaxaca. En ese entonces, en el 98, el cine no me interesaba, para nada; mucho menos, creo, la literatura. El cineclub El Pochote contaba con un ciclo especial de futbol y cine, con motivo del mundial que ese año se celebraba en Francia. Yo no me perdía ningún partido, en serio, no sé qué hacía en la calle a esas horas. Me convencieron tales amigos con el argumento de que ver cine europeo era chido. Bueno, pensé, yo quiero ser chido, vamos a ver. Era la primera vez que entraba a un cineclub independiente, había café gratis, extranjeros, pachecos, universitarios matudos y bachilleres pose. Antes de iniciar la película, mi mente estaba atiborrada de prejuicios, pensaba que todo era una farsa, que proyectarían una pretención seudoartística inintelegible, y al finalizar todo el mundo aplaudiría y volverían a casa un poco más informados respecto a lo que sucede en torno a su mundo mamón; eso pensaba, decía, e imaginaba cuánto iría Marruecos al minuto 66. Al apagarse el foco me mantuve en silencio y de ahí no me moví. Wim Wenders me dio un celuleidazo en la boca. Al terminar la cinta no aplaudí, me quedé estático. Me serví una taza de café y cuando estaba a punto de salir comenzó la sesión, no sabía que se comentaban las películas en un cineclub independiente. Me dio la impresión de que todos, tanto extranjeros como bachilleres y pachecos, opinaban para impresionar a las damas, para presumir sus conocimientos recién adquiridos. Yo no entendía nada de lo que decían pero sentía, en el fondo, que se les iba algo, quizá prescindible, pero importante para mí, no sé por qué. Por supuesto, no pude expresar lo que sentía, no tenía los elementos necesarios para que me entendieran, callé y volví a casa un poco más ansioso que antes. Eso me motivó a entrometerme en el cine, en la concepción y el desarrollo de sus contenidos; eso que no pude explicar, que ahora menos pero que se sostiene en cada intento mío de transmitir emociones, tanto en texto como en imagen. La película fue El Miedo del Arquero ante el Penalty (Die Angst des Tormanns beim Elfmeter, Wim Wenders, 1972). Ahora sé que está basada en una novela. Apenas hace unas horas, qué curioso, en un programa de futbol, me vengo enterando que fue escrita, esa novela, por Peter Handke, más o menos por la época de la película. Evidentemente la película no habla de futbol, pero no es la historia la que me tocó; no dejé de pensar en la carga que es para un arquero, o para una persona normal, enfrentarse a una sentecia insoslayable, sobre todo cuando ésta proviene de él y de sus circunstancias, una sentencia introspectiva, capaz de motivar la accíon más soterrada e inexplicbale. Caray. Creo que esa película es la antesala de mi gusto en cuanto a narrativa se refiere. Cada que termino de leer un cuento que me gusta, después de sentir un vacío en la boca del estómago, imagino a ese arquero, o persona normal, en la cancha, o sea la vida, con el tiempo suspendido, el sudor agobiante, el cuello tenso y la inminencia de una anotación en tu contra; ese momento: o te lanzas e intentas pararla o, como sucede en la mayoría de los casos, te quedas estático, contemplando de reojo el gol, sin saber qué exactamente dirigió la bola.

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