6/11/2006

La culpa es del asma. La verdad es que, aunque me considero un ser pensante y racional, cedo ante el encanto primitivo del futbol, sin acento, así, futbol, y durante todo este mes, al menos eso he planeado, no pienso escribir nada que no tenga que ver con el parsimonioso balompié. Siempre he dicho que las palabras pueden embellecer cualquier disciplina; y si, como se ha visto, las palabras han podido embellecer hasta a la literatura, ¿por qué no habrán de pintar al deporte, creo, más universal de todos? Yo fui un niño enfermizo; esa no es la causa de mi necedad, pero sí un enternecedor pretexto. He desperdiciado incalculables horas de mi vida en mirar transmisiones de futbol, y no sólo eso, he leído libros, he indagado estadísiticas, he conversado, he asisitido a los estadios y hasta he jugado, ¿por qué no habría de compartirlo?
De los tres a los ocho años, me parece, mi asma fue amenazante y me convertí, o no sé si ya era, en un niño tímido, inteligente pero tímido, o sea, antisocial; así que, para remediar un poco eso, mis padres, o no sé si yo solo, decidieron, o decidí, que al bajar la intensidad de la enfermedad, sería bueno que entrara a una liga infantil para tomar un poco de aire, e interactuar con otros niños. El hallazgo fue emocionante. A partir de entonces mi energía se concentró en aprender tácticas, conocer jugadores emblemáticos, manejar datos históricos, elaborar estrategias complejas, inventar chistes obscenos y trabajar en equipo, en pos, en pos de un fin: la meta, los goles, la victoria, campeonatos. Ahora recuerdo, jamás pude meter un gol en cuatro años de entrenar diario y jugar cada domingo, pero también es verdad que el futbol me quitó lo serio, lo callado y retraído. Antes del futbol mi juguete era un globo terráqueo y mi orgullo era haber despedazado la enciclopedia de tanto cargarla a todos lados. Después del futbol mi juguete era, obvio, el balón, y mi orgullo era poner buenos centros desde la banda izquierda, aunque escasos, buenos. A los ocho era un niño arrogante. A los doce ya era un púber humilde y, sobre todo, comunicativo; si a los ocho me sentía por encima de los demás, a los doce sabía que era un niño promedio, con sueños normales y un sentido del humor conciliador, tal vez porque no había metido un solo gol y además era suplente, o sea, innecesario. El futbol cumplió con su deber: me convirtió en un ser sociable, sabedor de que, para avanzar, siempre se necesita de los demás. Y así, pues.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

pues yo creo que entonces te arruinó

ira dijo...

Oops, yo no sabía que compartíamos neurosis.
¿Con que asma eh? Fu, pues ya tenemos otra razón para fundar aquella MuñoZ RochA.
Besos inconcientes.

Anónimo dijo...

Bueno creo que Romel tiene razón, existe en el mexicano la tendencia a preferir al débil que al triunfador,al transa que al honesto, pregúntale si no a los que escogieron a los candidatos a legisladores pore el PRD: "inteligentes no, porque tienen criterio propio y pueden traicionar, mejor mediocres que se incondicionalicen"pensaban algunos y con ello se congraciaban con el candidato presidencial, así tendrás legisladores a tu servicio y no podrán chantajearte los otros partidos con una mayoría frágil.
Y en muchos ámbitos es así se privilegia la sumisión sobre el talento y se desprecia la técnica frente a la improvisación. Somos víctimas y cultivadores de nuestras debilidades. El miedo al triunfo como preámbulo del miedo a la libertad. Ya varios,desde Erich Fromm hasta Octavio Paz lo han descrito. Por eso es grande Hugo Sánchez, porque se repuso exitosamente de un penalty fallado y sin embargo lo vimos empequeñecer al frente de los pumas en las últimas dos temporadas, no basta entonces con recoger el "cerro de ropa", hay que seguir todo el proceso de desarrollo hasta usarla como decía mi abuelita "albeando de limpia". Un abrazo