5/23/2005

Una mesa, una máquina de escribir. Menos aire, más sudor empastado en el silencio. El dolor de cabeza baja, mi vista mejora. Visualizo las teclas y no hallo caracteres. Puntos. Escribo tres puntos seguidos. Cambio de renglón, me agrada el sonido; punto punto punto. No sé quien soy, no entiendo lo que hago.
Acelero el tecleo, muevo la cabeza de felicidad, miro al frente, saco la lengua, un sabor amargo me pide el paladar. Me detengo, me asomo a la ventana. Mis sienes se mueven, el dolor regresa y sudo. Vuelvo rápido a la máquina, termino una cuartilla con mi golpeteo. Lo disfruto, mis pensamientos fluyen y también lo hacen mis preguntas. Jalo la hoja, la examino con la débil luz que entra por la ventana. Fabuloso, me encanta; no comprendo nada pero es bello. Es una excelente composición de puntos. Es agradable recordar el goce y el ritmo al imprimir cada uno de ellos. Siento euforia a pesar de la ausencia de significado. No sé quién soy, no hay a quién preguntarle. Vuelvo a la máquina de escribir a cuestionármelo.

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