5/12/2005

Pero de las mismas entrañas de la Gran Hacha, del cúmulo de filosas y pesadas hachas, surgirá, se abrirá paso quien haga reventar en agudas astillas, a todo el conglomerado.
Y sí. La Gran Hacha había escrito poesía, había trasnochado en medio de sofocantes ideas costumbristas; en medio de idilios, dolores de cabeza, gritos de niños nauseabundos escondidos al final de su memoria. La Gran Hacha se había, ya, convertido en una tortura de mil ojos para todas quienes la confromaban; era ya un envolvente denso y caluroso, un embalsamado picante, un estorbo uniforme.
Pero el Hacha redentora surgirá del centro del mango, por ahí por donde nace el impulso que derroca, que tala, que gobierna y amenaza a intimidadas cabezas. Surgirá el hacha deseosa de un cuello, de una áspera garganta, en la Gran Hacha, para amarrarla y gozar de la energía con que destruirá todo. Las demás hachas, miedosas e inquietas, huirán por el mismo agujero del que quisieron olvidarse, sentirán que su madera se humedece y su acero, o el material de sus asesinatos, se oxidará o arderá. Y, en vanos intentos por deshacerse de esa sensación, buscarán madera freca que las alivie de sus filos quemantes, se talarán unas a otras despiadademente. El Hacha redentora recogerá las astillas y el aserrín del evento, clasificará según su libre albedrío. Esperará mientras, a sus espaldas, un gran incendio la enmarque y la enfatice sobre los restos de la Gran Hacha poeta, a la que orgullosamente perteneció.
Todo eso, no, no ahora; piensa la redentora dentro de la Gran Hacha mientras destaza un ciervo blanco y un verso abominable la une a las demás, la amalgama y se le olivda algo que ya no recuerda.

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