11/18/2006

Hoy, dentro del autobús. 7 horas de trayecto hacia Oaxaca. Me abordaron tantas ideas, mientras veía por la ventanilla, que me sentí verdaderamente un genio [¿Contra quién compito? Contra mí, quisiera creer.], saqué mi libreta y apunté todo antes de que se me olvidara, [esa revista, obra maestra, la novela que no es novela, la que sí lo es, ese cuento que son muchos, los muchos que son Oaxaca, ese otro con aguda dedicatoria, y el otro, y el otro que empujará a los moribundos, y el otro que será una luz, y un soporte a esa luz, y un guion para mí, y el juego de azar y el microdocumental y la obra de teatro sin tiempo, y ella y ella: el poema] y, mientras apuntaba, las ideas crecían y chorreaban, escurrían por el lápiz, incontrolables, geniales, arrogantes; abrumador, euforia, satisfacción: la cabeza sudada de un hombre enmarcada en una ventanilla a 90 km/h detrás de esta montaña, detrás de ésta otra, detrás de esa y la de allá; el espíritu contrito. Oaxaca estaba cerca, en la tierra; Andrei, en su esfera, dentro del humo que le mutila las manos, y las piernas.

No hay comentarios.: