11/19/2006

Amanezco con líneas ya escritas en la mente, con palabras, con comas previamente acomodadas. Despierto en mi cama de niño, prendo la computadora, busco una foto, la encuentro y la veo, me inspira, abro el word y escribo. Oaxaca no está en calma, está triste, aletargada. Me preocupa. Ayer que bajé del autobús noté su alma apagada. La gente está ahí, en la terminal, arriba de los taxis, adentro de los negocios, camina por las calles, con su carne, sus huesos y sus voces, pero ausentes, despojados de algo, heridos de alguna parte invisible; todos, esos y aquellos, y los de en medio. Oaxaca pide a gritos una purga, no se contiene, y sin embargo, la contienen; pide arder, es la verdad, pide arder, pide resurigir de las cenizas, y, en la aparente calma, se siente frustrada; toda: esa y aquella, y lo de en medio. En el autobús, ayer, desde el cerro del fortín, vi a la misma Oaxaca de siempre, inamovible, bella, verdadera. No obstante el aire es distinto, denso, sus colores opacos, sus rostros asombrados. Veo de nuevo la foto que abrí, me levanto a servirme una taza de café y vuelvo, a escribir. Me siento lejos de Oaxaca, igual que cuando era niño, la siento distante, indiferente. Si después de este caos todo vuelve al mismo lugar, nada estará en su sitio, Oaxaca estará incómoda, forzada, estresada. Los lunes serán cada vez más insoportables, y el domingo, más agonizante. Cada grito será contenido en el pecho, cada golpe no dado: calor concentrado en el cuerpo, cada rabia: un apretón de dientes. La aparente calma la destruye por dentro. Esa sonrisa fingida que se empeñan en sostenerle, podría crearle una parálisis facial, o péor aún: cáncer. Cierro el word, bebo café, aclaro mi garganta, veo de nuevo la foto: es un graffiti, una barda de tantas en el DF del año 2000. Es horrible; la tomé porque quería guardar el momento, recuerdo: Acababa de salir de Oaxaca y en mi universo adolescente el graffiti significaba mi armonía con el mundo, con el presente, con el aquí y ahora en todas partes al unísono; y ese graffiti, el de la foto, cuando me lo encontré, me miró y me dijo: bienvenido al resto de tus días, no hay marcha atrás.

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