4/17/2006

Vine a Oaxaca a pasar unos días. Mi hermano, hasta hoy en la mañana, regresó de su viaje a Huatulco por la semana santa. Él ya no vive con mi madre. De todas formas llegó a la casa, por reflejo, quizá, y nos vimos, nos asombramos, uno no imaginaba la presencia del otro y al encontrarnos el momento fue grato. Visito tu blog, dice de pronto. Ah, ¿sí? y, ¿qué te parece? No te pongas nervioso, mi hermano, está muy de moda eso de los blogs, ¿qué cosa te preocupa? Nada, ¿qué opinas, entonces? Pues bueno, opino, opino, la verdad creo que sigo siendo tu ídolo, que, a pesar de tus estudios, sigo siendo tu principal influencia, es decir, hermanito, detrás de tu voz hay una sombra que te cubre y te alimenta. ¿Cómo? Detrás de ti, sí, mi timbre se escucha más allá de tus palabras. Oh, y... Escucha, me dice; no me interrumpas, le digo; sé, me dice sin escuchar, que hiero tu orgullito pero eres mi hermanito, no lo diría si no fuera cierto. ¿Podrías ponerme un ejemplo? Millones. Uno. Ahí te va uno: el primer post que publicaste es una alusión directa a la vez que te conté que vi a un señor morder una cebolla. Puede ser, le digo, pero no sólo tú. Escucha, no me interruptas, digo, no me interrumpas, me dice, aquella vez yo te vi a los ojos y noté que me mirabas y supe que algún día, aunque tú no te dieras cuenta, lo escribirías. Mmm. Así es, hermano, segundo caso: en muchos de tus posts se puede notar el ritmo de mis conversaciones, y en esto está de acuerdo mi mujer, te hemos leído juntos y, como sabrás, coincidimos en que, al fondo de tu prosa, se escucha el ritmo con que fluyen mis ideas en situaciones cotidianas. ¿Cómo puede ser eso, no será, hermano, porque somos hermanos? No. ¿No? No, no, escúchate, quizá se deba a que platicamos tanto tiempo durante tu infancia que, dentro de tu mente, las ideas corren a mi ritmo; mi mujer, tu cuñada, cree que quizá sea porque mis peroratas están bien impregnadas en tu subconciente; aunque yo, la mera verdad mi hermano, opino que lo haces concientemente porque es la mejor manera de expresarte, es decir, soy tu modelo. Gracias, entonces. De nada, me dice, pero si quieres que te lo demuestre, déjame escribir este úlitmo párrafo, antes de que lo subas. No sé, le digo.

Ya ándale, me dice él, estamos los dos al teclado, ya de por sí hemos escrito esto último juntos, déjame, anda, ¿tienes miedo?, siempre has tenido miedo. Está bien, le digo; pero luego pienso que mejor no, que la razón por la que no quiero dejarlo escribir es por el estricto control de calidad que impera en mis creaciones. No mames, dice él, eso no lo pensaste, lo dijiste en voz baja y lo escribiste y borraste y escribiste como cuatro veces, te creía, más bien te imaginaba, más espontáneo, mi hermano. Está bien, le digo, pero luego pienso otra vez que mejor no, que temo verme superado por su prosa, por la personalidad, que sin duda ha de notarse en su palabras, por esa personalidad que desde niño he envidiado; y entonces le dejo el teclado a mi adrmirado y también apuesto hermano y le digo: por favor, no hables mal de mí, no hables de mí. Pues no veo por qué, dice él, no eres la gran cosa, a menos, a menos que, a menos que no quieras que diga que te daban miedo los perros y las gladiolas y el programa de dimensión desconocida y la oscuridad y los gritos de doña Gloria, y que llorabas con alf, dumbo, bolek y lolek, las canciones de Zitarrosa y casi todas las noches, escribe, como ahora lloras porque te he quitado el teclado y no has podido meter tu mano en este último párrafo. ¿Lo ves? No pasa nada, ni siquiera se ha notado.

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