1/05/2006

Comienzo el año con la sorpresa de un bono navideño inesperado. Dinerito extra, me digo, dinero no planeado. No es mucho, suficiente para sentirme en un aprieto, sé que debo adquirir alguna trivialidad, sé que debo gastarlo.
Salgo del banco con el efectivo en la mano sin saber a dónde o qué. Recuerdo mi ardua labor en la empresa, pienso, merezco este dinero. Quizá por eso o por el aire frío en mi nariz es que camino hacia la librería. Sí, a la librería, a caminar por los pasillos, leer los títulos, reconocer a los autores que hay que leer, leer, leer, y azotarme en los estantes; sí, a la librería a azotarme en los estantes, a empaparme de conocimiento, pienso.
En el camino, con los labios resecos y los ojos vidriosos, imagino los cientos de libros que me esperan, existe la posibilidad de ser más inteligente, me digo, habrá que leerlo todo o, por lo menos, un cincuenta por ciento del área de narrativa, pienso, hay que ser sensato. Camino, pateo unas piedritas, no aguanto las ganas y corro, cruzó una avenida, esquivo un charco y un puesto de tortas y llego.
Llevo ya media hora. No encontré a Ballard ni a Walser pero no me ha costado trabajo elegir a otros, de hecho, pienso, han sido más impulsos que razonamientos los que me han hecho escogerlos: en mis brazos cargo a Carver, a Ishiguro, a Pavese, a Mann, a Fante, a Steinbek, a Sebald. Extraña combinación, qué importa, pienso, hay que leerlos. Hago la suma mental y sí me alcanza. Soy un niño con ocho litros de helado en el congelador. La realidad me impide saquear la tienda, no seré tan inteligente como imaginaba. Me formo. Decenas de personas igual de ávidas de conocimiento que yo, no soy tan especial como creo, lo lamento. Veo la pila de libros rechazados, los que por alguna razón han provocado el arrepentimiento del consumidor y han sido abandonados en la inminencia de la caja: Proust, por ejemplo, Novalis, Svevo, quién carajos es Svevo, Zweig, Naipaul, Vila-Matas . Razono un momento y pienso que sería mejor, en todo caso, comprar libros de latinoamericanos. Cambio mi bonche por el libro de Vila-Matas que está en el montón y me salgo de la fila; mi rumbo es la narrativa latinoamericana, después de todo, pienso, nací en Oaxaca.
Y sí. Veo apellidos similares al mío. No logro saber qué es precisamente lo que quiero. No me visualizo en el sillón con una novela real fantástica, un ensayo setentero o una anotología de cuentos costumbristas. Tanto tiempo frente a la nevera me ha dado náuseas. No sé qué quiero. Veo a Marías, a Bolaño, a Piglia. Estoy cansado de pretender entender a Piglia, de alabar a Bolaño. No sé si valga la pena gastar en Marías, o en Fresán; todo el mundo lee a Fresán, yo no soy erudito, tampoco soy todo el mundo. Un poquito más de Cortázar y vomito. Ni Fadanelli, ni Bellatín, pienso, ni las nuevas voces de la narrativa contemporánea valen más que una borrachera; después de todo, pienso, desde cuándo leo yo lo contemporáneo, no soy un tipo actual, no estoy al día, no soy intelectual vanguardista, nací en el ochenta y dos, soy de provincia. Regreso a Vila-Matas a donde corresponde, veo a un Vázquez a su lado. Quisiera poder comprar un libro sin conocer al autor. Me lo propongo, no puedo. Si tuviera una S ese Vázquez no sé qué, pienso, lo compraba nada más por tristeza, pero no. Sigo por el pasillo, rozo los lomos con mis yemas.
Sin querer he vuelto a la narrativa universal. Chandler, Chateaubriand, Chaucer, Cheever, Chéjov, Chesterton. Siempre me ha gustado ese estante. Tomo un libro de Chejov. No sé por qué es tan grande, no comprendo su importancia en la literatura. Lo hojeo, veo el precio y camino hacia la caja. Me formo. No seré tan inteligente, pero leeré a Chejov, me consuelo. Vuelvo a hojear el libro, leo un par de líneas. Me doy cuenta que no soy tan inteligente como pretendo. No lo seré, no entiendo a Chéjov. Me dan ganas de aventar su libro a la calle, a la lluvia, al lodo mezclado con basura y pavimento, bueno, veo que no llueve, me contengo, suspiro, ah, me siento insignificante; le digo a la señora a mi espalda que si me puede apartar el lugar, vuelvo rápido, le digo, sólo voy a cambiar este libro. Sí, me dice. Corro, cambio a Chéjov por Joyce, no tengo el valor de enfrentar su Ulises, lo cambio por Swift, a Swift lo quiero, pienso, lo dejo; tomo a Süskind, soy cualquiera, me da náusea, me mareo; tomo a Ende, no es complejo, me digo, claro que no, escribe para niños, lo dejo; tomo a Kundera, no quiero, no puedo aceptarlo, qué pretendo, qué hago en una librería con mi bono en el bolsillo, quién me creo.
Vuelvo a la fila. La señora, desesperada pero amable, me cede el lugar. Pago. Lo único que quiero es salir de la tienda. Cargo a la literatura encima de los hombros, y es pesada, y muerde con sus dientes sin filo. Salgo. Suspiro, huelo, tierra y lluvia ausente que me atraviesa el estómago. Corro, corro hacia el metro, huyo de mi delirio de grandeza.
Llego a mi casa. Es la quinta vez que compro Pedro Páramo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mientes:
1.-No recibiste bono
2.-Amas a Piglia y a Cortázar
3.-Entiendes a Chéjov, te gusta negarlo
4.-Eso no te hace inteligente
5.-Nunca has leído a Swift
6.-No tienes ni un solo ejemplar de Pedro Páramo
7.-No sabes leer

ira dijo...

Yo coincido a medias con Mr. Mientes:
No creo ni de lejos que ames a Cortázar. Ya no. Eso fue sexo desenfrenado, no creo que hubiera amor.
Lo que sí creo es tu enamoriscamiento de Piglia y Bolaño te encabrona por lo que encabrona enamorarse de cualquiera: al final a todos les huelen las patas o la boca.
Ni pedo.
Somos como Adán (nuestro padre primigenio) que no pudo soportar los fluidos corporales de la descastada virgen en el paraíso.
Y Ende no es profundo, mmh, no sé, hace mucho que no soy niña. Habría que preguntarles a ellos.
Besos.

Anónimo dijo...

Para mí que mientes es el mismo andrei, ya deja de inventarte lectores te queremos en serio y a veces te leemos si no hay otras cosa más interesante en la TV o en la vida, porque sabes?, hay vida. Saludos y visita mi blog.