10/18/2005

Ayer una manzana maduró bajo mi garganta, o se inchó o, tan sólo refulgió.
El espacio fue insuficiente y su jugo, el de la manzana, tan granuloso y fresco y oloroso a manzana, escurrió y se distribuyó por cada vena, como aguda y soporífera jeringa en movimiento. El hueso fue escupido, y, el centro, digerido.
Otra manzana se gesta ahora en la boca del estómago que, como yo, tiembla y se rellena de escalofríos; y huecos y grietas por donde la adrenalina avanza y acaricia.

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