8/07/2005



Fue inevitable. He cumplido veintitrés años por primera ocasión en mi vida; lo bueno es que, si hemos tenido la razón, sólo ocurrirá una vez. La noche anterior una fuerte alienación, provocada por la ingesta de mezcal de pechuga, me transportó hacia el rincón donde el raciocinio escasea y se chorrea; dormí. En fin, desperté: la boca reseca y la mirada perdida en el espejo. Qué habrá dibujado Magritte cuando cumplió mi edad. Veo que es mi rostro el que se refleja, es inevitable; no hay una manzana ni mi espalda ni una roca suspendida o un león a mi costado: la realidad es infranqueable: yo, deforme frente al espejo; yo, despeinado, con veintitres respuestas ante el ojo y la incertidumbre de saber cuántas preguntas, todavía, tendré que hacerme. No quedó más que en chilaquiles sobre la mesa y una conversación sobre guerrilla y adquisición de edificios.

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