11/14/2004

Lerma

Él se llama Jorge Lerma. Consentido, su meta en la vida era ser astronauta. Cuando tenía quince sus padres desaparecieron. Él no quiso mudarse, con su abuela, a la provincia, y prefirió quedarse a vivir con su tía Federica, cuarentona, soltera y frondosa. Vio que no podría llegar a la luna jamás y se decidió a estudiar economía. Con su tía vivió hasta que consiguió un empleo al terminar la universidad. Se fue a vivir, solo, a un apartamento en el centro. Su tía Federica lo visitaba cada semana para arreglar su cuarto hasta que murió dos años después.
De día, él trabaja en la oficina. En la tarde come en la fonda de abajo, y desde el atardecer hasta la madrugada se encierra en su cuarto a escuchar música y leer, como lo hacía de niño con su madre. Ahora cumple treinta y tres años, adicto al café y a las mentas.
Todos en su trabajo saben que debe medir entre 1.74 y 1.78, que debe estar en su peso ideal y que no hace mucho ejercicio. Aún no desarrolla una panza digna de su alimentación basada en grasas, harina y refresco. También notan que su cara es dura pero que no oculta nada, ojos bastante expresivos color café, tono de piel moreno claro y un poco demacrada, más bien bastante. Su aspiración, es tener una esposa que lo vea ascender por la escalera de puestos burocráticos que, amablemente, ofrece la secretaría de hacienda y crédito público.
Sólo el sabe que su pasión en la vida siempre ha sido el voyeurismo. A los ocho años perforó la pared entre su recámara y el baño, por donde contempló ávido, a su madre antes de la ducha, hasta la pubertad. Al mudarse con su tía Federica, extrañamente, volvió este solitario vicio que lo llevó a llenar de agujeros todas las paredes de la casa. Su tía sabía aquello, pero lo ocultaba en una suerte de acuerdo tácito. Jorge, al terminar la universidad y conseguir un empleo, se dio cuenta que esta costumbre lo había absorbido y aislado del exterior. Ese fue su motivo para vivir solo. Se entusiasmó después de un mes, al ver que esa necesidad se desvanecía. Sin embargo, la tía comenzó a re-visitarlo. Sutilmente lo provocaba e hizo que Lerma, perforara la pared del baño de su nuevo apartamento. Al cabo de los dos años, este vicio era su modo de vida.
Después de la muerte de la tía Federica, este placer se multiplicó. Llevó el taladro a la oficina y a los baños de la fonda. Compró unos binoculares y un telescopio. Instaló cámaras de video en la sala donde despacha a sus visitantes. Cambia de secretaria cada que le aburren, después de haberlas revisado por completo. Se deprime cada tercer día, y sólo este estimulo lo entusiasma para seguir adelante.

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