5/04/2005
No hay más café. El expendio está tan lejos, sobre todo de madrugada, como para aventurarse a conseguir uno caliente, exquisito y posarlo bajo mis fosas nasales. Camino. Contemplo el especiero. Abro el refrigerador, camino. Entro al baño, qué hace en esa esquina un botiquín. Leo un frasco: vitamina E. Atrás no distingo la tipografía, es otro lenguaje. Tal vez: quizá si probara un tercio de una pastilla, intuiría su lógica. Pellizco una, pues, la divido y la incrusto en mi seca, resquebrajada lengua. El dolor de estómago es instantáneo. Eficiente la pastilla, pienso. Una pastilla en sustitución de una taza de café, a la una de la mañana, de vez en cuando, no le caerá mal a mi fregadero.
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