11/24/2005

Qué le preocupa, me dice el taxista, es el tráfico el que lo agobia ¿joven? No, le digo sin verlo, lo que pasa es que pienso. ¿Se le hace tarde? No, no es eso, es que hoy me toca actualizar mi blog, como cada jueves, y no se me ocurre nada, ¿entiende usted? Claro que lo entiendo, me dice, así son las cosas: la mujer, la política, el desempleo pero, ¿qué es eso del blog que tanto le preocupa? No, señor, no me preocupa; eso del blog, le digo, es una especie de diario. Ah, contesta, pues entonces sólo recuerde lo que le ha pasado, recuerde joven, recuerde. Sí, tiene usted razón, pero realmente no es un diario. Claro que no joven, por lo que usted dice es más bien un semanario, ¿tiene algo que ver con su trabajo?, ¿es algo así como un reporte de labores? No, le digo yo, es decir, sí es un semanario pero se trata de apuntes personales, se trata de historias, diálogos, ocurrencias, entretenimiento personal, sabe usted, así me divierto. Tratándose de eso, me dice, de todas formas basta con recordar, o sea, qué es todo eso que dice si no recuerdos, todo lo que uno cuenta, joven, todo lo que uno se inventa es producto del recuerdo, es uno mismo, todo lo que uno lee es uno mismo, todo lo que uno piensa, etcétera, joven. Así es, le digo, y ahora, si me permite, se me acaba de ocurrir algo, ¿sabe?, algo en donde usted aparece; y entonces saco mi libreta y apunto, y le cuento lo que escribo: y entonces saco mi libreta y lo anoto. ¿Y qué anota? Lo que le digo, señor, mientras le hablo lo escribo, justamente, escuche: mi blog es un diario personal, me ha contado el taxista, y tiene mucha razón. Aunque sea realmente un semanario y esté lleno de ideas inconexas convexas y creaciones sin objetivo claro, se trata ni más ni menos de lo que soy, en cada línea se oculta algo que me acaba de ocurrir. Así es, contesta el taxista, y lo escribo y le digo: claro, hasta el minuto en que despierto un domingo, afecta en lo que se me ocurre escribir el jueves. Lo que lee, lo que escucha, lo que platica, joven, lo que lo hace reír, lo que lo aburre, hasta el cielo, dice el taxista, todo, joven, todo. Tiene razón, le contesto, en la ficción se lee la realidad. Al revés, joven, en la realidad se lee, se comprende la ficción; la ficción no sólo son los escritores, joven, somos todos, es la vida, son los recuerdos de todos, la realidad es este segundo, ahora no, ahora ese segundo es ficción, la ficción es todo lo que no es ahora, es hace rato y lo que vendrá, la ficción es la memoria y sobre todo la ilusión. Me deja usted pasmado, señor, pasmado. Con esto quiero decir, joven, que usted podría ser una invención mía, a ver joven, dígame: qué taxista podría platicar así con usted si no uno con cierto grado de imaginación, incluso hasta creador, con la capacidad suficiente de transformar a un pasajero mamón como usted en un excelente conversador. Hombre, favor que usted me hace, le digo, pero escuche: qué probabilidad existe de que alguien inventara a quién, óigame, quién a quién, quién a quién. Con tanta cacofonía, usted, pasajero extraño, no podría ser narrador, ni siquiera poeta; y yo, como creador de anécdotas, podría platicarle a mi mujer que en vez de conversar con un pensador que mira al cielo por la ventanilla y que escribe blocs, realmente he pasado la tarde platicando con, digamos, Ray Junior Parker.

11/17/2005

A.-Hola.
B.-¿Qué tal?
A.-Qué bueno que te encuentro.
B.-No recuerdo haber estado en otro lugar.
A.-Bueno. Toma.
B.-¿Qué es esto?
A.-Una caja, ¿no la ves?
B.-Ahora que lo dices, la veo.
A.-¿No la vas a abrir?
B.-No
A.-…
B.-…
A.-…
B.-…
A.-¿Por qué nos hemos quedado callados?
B.-Estoy esperando tu reacción. Te he dicho no. ¿No te sientes transformado?
A.-No.
B.-Quizá no seamos más que una introducción.
A.-Ah, si te refieres a eso, yo me siento antecedente. O el final.
B.-Oh no. Ahora me he dado cuenta. Observa. ¿Ves?
A.-¿Qué?
B.-Somos la esquina inferior izquierda de un paisaje. Observa.
A.- ¿Somos parte de un paisaje?
B.- Es probable. ¿No crees?
A.-Fabuloso. El siglo diecinueve es mi favorito. Qué maravilla. Oh Dios, no me digas, quizá seamos una marina de Turner.
B.-No lo creo.
A.-Es cierto. Ahora que lo dices, mientras nos quedamos callados, me sentía en un paisaje de Sisley que vi en internet.
B.-Tu lo has dicho.
A.-Oh Dios; ¿somos un paisaje impresionista?, oh Dios. Fascinante.
B.-No. Tu lo has dicho: internet, ergo, somos parte de un paisaje de finales del siglo veinte.
A.-No.
B.-Sí. Por lógica.
A.-No. Por amor de Dios, no.
B.-…
A.-¿Sabes? Ahora sí me siento transformado.
B.-...
A.- No quiero ser un paisaje de finales del veinte, ¿qué valor tiene? Abre la caja, por amor de Dios, abre la caja.
B.-No.

11/10/2005

Termino de ver Canciones del Segundo Piso, largometraje de un sueco. ¿Me gusta? Me satisface, pienso, me emociona. Apago el dvd. En vh1, todavía en la tv, un video de Aphex Twin, un video de Cunningham, comienza a seducirme. Termina. Pienso: ¿Me gusta? Me satisface, me emociona. Sospecho. ¿Hay algo en común entre los dos últimos trabajos que han pasado por mis ojos? Los unifica, quizá, el tono frío de la fotografía; o, puede ser, su inconexo extrañamiento de la realidad. Pienso: Uno, el videoclip de Cunningham, bien podría ser un experimento de cortometraje, acompañado, incluso ambientado, por una canción de Aphex Twin. El otro, el largometraje de Andersson, bien podría ser un largo videoclip que ilustra, incluso acompaña a un poema de César Vallejo. Después de todo, pienso, los dos audiovisuales han sido captados en película de 35 mm, revelados y posteriormente editados en casi los mismos procesos. Son hermanos, pienso, ¿hijos de quien? En uno, una televisión engendra un andrógino; en otro, un hombre avienta réplicas de Cristo a un tiradero. En uno, niñas, de adulto y mismo y adusto rostro, corren por callejones al borde de la histeria y destruyen lo que ven a su paso; en otro, hombres que, mientras se flagelan y lamentan, caminan a través de un embotellamiento estresante. Aparece el leit motiv en el aire y se impregna en mi frente pero no lo reconozco. Me doy cuenta que llevo media hora frente a la tv tratando de reconocerle y de pronto aparece, nítida, pidiéndome otro tequila, Paulina Rubio; así que apago todo y me voy a la cama.

Los estribillos -el de Vallejo y el de Aphex Twin-, se posan como un cuervo sobre mi pensamiento. No puedo dormir. El leit motiv -que presiento son el mismo-, se encuentra en los estribillos, pienso, me fastidio, sudo un poco. Cambio el lado de la almohada. El nuevo frío me ayuda a que se atraviese un colibrí de mi infancia, luego nuevas aves, alguna mujer, un rostro bello, una cabellera ondeando en su aire manzanilla. Es inútil, el cuervo se sacude y sus plumas opacan mi ensueño; el cuervo es el leit motiv y su aleteo los estribillos: Bienaventurado el que se sienta. I want to eat your soul. Bienaventurado el que se sienta. I want to eat your soul. Bienaventurado el que se sienta. I want to eat your soul. Dame otro tequila, para olvidarme de tu amor. Carajo, el cuervo ha volado; se me ha ido, estuve a punto, en mis manos estaba, pude haberlo enjaulado, jadeo, pude haberlo atrapado, ha salido por la ventana, casi siento el viento de su último aleteo. Tomo mi bat dispuesto a darle de coraje en el estómago, si no al cuervo, pienso, al primero que se aparezca por el dintel de mi puerta. Ah, grito; ah, suspiro. Dejo el bat y vuelvo a la cama. Si no fueran las tres de la mañana lo haría, supongo, tal vez lo buscaría si no fuera tan tarde. Escucho mi respiración, las sabanas refrescan mi cuerpo, mi cara se relaja, babeo.

11/04/2005

---En mañanas frías, como ésta, de nariz reseca y escurrida, como ésta, me da por salir, dar un fuerte inhalón de viento y pedir perdón a la gente. ¿Por qué te decía esto? Ah sí; y entonces recuerdo.
---¿Le vas a pedir perdón a alguien?
---No. Me viene a la mente la vez que, hace como diez años cuando, por cierto, apenas dejaba de ser un niño, le pedí perdón a un gran amigo, gran amigo a la distancia del tiempo, por haberle robado una pelota de béisbol. Era una mañana fría, obviamente, de vacaciones. Toqué a su puerta, me atendió su madre y, después de unos cuarenta segundos, apareció Juan y ahí mismo platicamos. Le pedí perdón, le devolví la bola y él dijo algo:
“Él dijo: ---En una mañana fría, como ésta, de nariz reseca y escurrida, como la tuya ---dijo él y quedé impactado, supe que algún día habría de robarme esa frase; volví a ponerle atención--- fui ---dijo---, a pedirle perdón a un amigo, bueno, a mi amigo Juan, Juan, mi tocayo. El quería ser Mc Hammer ---siguió diciendo---, bueno, los dos queríamos ser Mc Hammer, así que discutimos; en fin, como me da flojera contarte, el caso es que me importaba más él, Juan, que ser Mc Hammer, ¿me entiendes?
---¿Y luego?
---Entonces no entendí pero ahora, digo yo, a la distancia del tiempo lo comprendo. Yo le devolví la pelota porque me importaba más él. Él me enseñaba un libro con paisajes de Finlandia y reíamos, recuerdo, porque en uno, en primer plano, aparecía una banda de polka, con peinados de Elvis y zapatillas árabes; y reíamos por lo absurdo, pero por lo absurdo que era que nosotros lo supiéramos. Después salíamos a la cancha con todos, como si viniéramos de ver una telenovela. Yo soy él en gran parte. Él, no es en nada yo; de hecho, él, es un invento, o quizá una mezcla de dos amigos de la pubertad, o de tres, o quizá es la premonición de alguien que conoceré. ¿Por qué te decía esto?
---¿Le vas a pedir perdón a alguien?